7 de mayo de 2015

¿Poesía basada en hechos reales?

Por Irene Sánchez Carrón

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Aunque ambos propósitos no son excluyentes, siempre he percibido la poesía más como un género de ficción que como un vehículo de expresión de los propios sentimientos y vivencias biográficas. Así nos lo enseñaron los tratados más básicos: los géneros de ficción son la novela, el teatro y la poesía. Sin embargo, si con la novela y el teatro no existen vacilaciones al respecto, el carácter ficcional de la poesía no es aceptado siempre con tanta naturalidad. De esto empecé a percatarme no cuando comencé a escribir sino cuando mis poemas salieron del cajón y yo, la autora real, me vi frente al público en lecturas poéticas y talleres de creación. Pronto me di cuenta de que al menos una parte del auditorio parecía demandar que la anécdota del poema estuviera siempre respaldada por una vivencia personal de quien lo había escrito.
Mientras en una novela o en una obra de teatro puede resultar anecdótico y hasta curioso que la trama se base en hechos reales, en una composición lírica el poso de realidad se da por hecho, hasta el punto de que en poesía lo anecdótico es que la composición se base en experiencias que no le han sucedido al propio autor. Si en algunas películas se nos advierte de que la trama está basada en hechos reales, en poesía sucede todo lo contrario: la advertencia se hace cuando esto no es así. De estas reflexiones y reivindicaciones de la ficción dentro del género poético ya dejé constancia en un breve artículo que puede consultarse en internet, titulado “Los falsos días hermosos: la poesía como género de ficción” (Sánchez Carrón, 2006).
Como ya ha señalado la crítica, esta identificación del sujeto lírico con el autor real llega a su máxima expresión con el Romanticismo y ha dejado una gran impronta en la interpretación de los textos, impronta que llega hasta nuestros días. El deseo de escapar de esta identificación ha llevado a muchos autores a echar mano de recursos como la heteronimia, los apócrifos y los correlatos objetivos. Se trata de intentar que el auditorio olvide por un momento al autor de carne y hueso y selle el mismo pacto ficcional que acepta para la novela y el teatro. Machado busca su mejor “yo” cuando se disfraza de Juan de Mairena. Félix Grande huye de la poesía que había escrito anteriormente creando a un heterónimo, Horacio Martín, que se expresa de otra manera y transita otros temas.