“Más interesante que ser los primeros o los segundos es hacer las cosas bien. Eso es lo que al final cuenta”. Entrevista a Antonio Sáez Delgado
Por Antonio Rivero Machina
Publicado en nº 1 (Primavera de 2015)

Nos citamos en un céntrico café de Badajoz con Antonio Sáez Salgado, ese cacereño que habita desde hace años la frontera con el Alentejo como espacio exacto en el que ubicarse. Galardonado hace menos de un año con el Premio Eduardo Lourenço, reservado a quienes más hacen por el entendimiento a uno y otro lado de La Raya y sus culturas, en el trato personal es siempre sencillo y de gestos francos. Profesor de literatura española, comparada y de traducción en la Universidad de Évora, Sáez Delgado acumula una importante bibliografía académica en torno a las relaciones literarias peninsulares durante el primer tercio del siglo XX en volúmenes como Órficos y ultraístas (ERE, 2000), Corredores de fondo (Llibros del Pexe, 2003) o sus viejos y nuevos Espíritus contemporáneos (Renacimiento, 2008 y 2012). Como traductor ha vertido al castellano nombres tan diversos como Fialho de Almeida, Fernando Pinto do Amaral, António Lobo Antunes, Mário de Carvalho, José Gil, Valter Hugo Mãe, Paulo José Miranda, Teixeira de Pascoaes, José Luis Peixoto, Eduardo Pitta o Fernando Pessoa. Una labor que no se contenta con ello. Antonio Sáez Delgado es también autor de sus palabras en libros que, más allá de géneros, exploran su propio timbre. Así en los poemarios Miradores (Del Oeste Ediciones, 1997) y Ruinas (ERE, 2001), en el dietario En otra patria (Llibros del pexe, 2005) o en el más reciente Yo menos yo (De la luna libros, 2012).
 
Llegamos puntuales a la cita, a despecho de tópicos nacionales y demás imagologías sobre el español y el portugués, o peor aún, sobre el extremeño y el alentejano, que un poco de todo y de nada nos sentimos ambos. Elegimos un café tranquilo, sin mucha concurrencia, para mejor desempeño de mi grabadora. Media la mañana y un precoz sol de primavera invita a un paradójico optimismo. Antonio se pide un zumo de naranja natural –haremos caso a don Quijote en eso de detallar las viandas de los personajes– y yo un descafeinado de máquina. Charlamos un rato del presente social, económico y académico de esta Europa nuestra hasta que la conversación desemboca, como no podía ser de otra manera, en Fernando Pessoa y su ya centenario desasosiego.
 
Heterónima. De “tu” Libro del desasosiego he de decirte, primero, que la edición y la maquetación me han entusiasmado. Se me figura casi un libro de horas para estos tiempos nuestros. En otro sentido, creo que sigue siendo mucho más conocida la lírica que la prosa de Pessoa, que yo mismo apenas conocía. El Libro es solo una parte de ella, pero hasta que no me he acercado a él no me he dado cuenta de lo difícil que puede llegar a ser para quien se atreva a editarlo. Se podría decir que es una obra que no existe, casi otro heterónimo más de Pessoa. Es un libro póstumo, desordenado… En esta nueva versión al castellano traduces la última edición de Pizarro publicada en 2013. ¿Qué ofrece esta edición respecto a las anteriores?

Antonio Sáez Delgado. Es cierto. El Libro del desasosiego es un libro, como tú dices, muy complejo de editar porque no es un libro que Pessoa dejara conformado, ni siquiera ordenado. Es decir, él dejó una serie de fragmentos que incluso después de su muerte las primeras personas que trabajaron en el expolio acabaron por desordenarlo aún más. Publicó algunos fragmentos en revistas literarias de la época, sobre todo a finales de los años veinte y principios de los treinta, pero muy poco. Es por ello un libro complejo, que continúa no solo en permanente proceso de edición, sino también de estudio. Ahora mismo hay en la Universidad de Coímbra un proyecto ambicioso de investigación sobre el Libro que se titula exactamente “Ningún problema tiene solución” y que analiza precisamente esa situación peculiar de cómo cada lector puede montar el Libro del desasosiego. Eso es algo, por un lado, muy moderno y muy interesante, pero por otro lado también es un riesgo muy importante, porque el libro se puede destrozar o morir.

H. …y volver locos a sus editores. Aunque también hay en ello cierto desafío.
 
A. En el mercado editorial español ahora mismo tenemos al menos cuatro traducciones del Libro del desasosiego en castellano completamente diferentes unas de otras, y comienza a haber algunas versiones en el mercado, y algunas pueden ser muy interesantes, de ciertos fragmentos del Libro. Es decir, volúmenes que en vez de tener cuatrocientos fragmentos escogen cien que editan con otro título en torno a algún tema pero que pertenecen al mismo contenido. Pessoa tiene esa cosa fantástica que es que el mismo fragmento podemos encontrarlo en libros de títulos completamente diferentes. Y es algo extraordinario. ¿Qué novedades tiene esta edición? Pues que esta es la primera vez que todos los fragmentos se han fechado. Por estudios matéricos, se ha conseguido fechar todos los fragmentos y con ello se construye una visión histórica, cronológica, de los fragmentos. Esto no se había hecho nunca hasta ahora. Hasta ahora se había jugado con los fragmentos, digamos que dependiendo del interés del editor. Algunos los organizaban por temas, algunos por bloques, algunos por los supuestos autores ficticios que componían el libro. Esta es la primera vez que se prescinde de esos criterios, que probablemente son más subjetivos, y se monta el libro tal y como Pessoa lo escribió… que no tiene que ser tal y como Pessoa lo querría publicar, por supuesto. Pero la cuestión es que no sabemos cómo lo querría publicar Pessoa. También me parece interesante subrayar cómo ha habido tradicionalmente dos líneas editoriales sobre el Libro: una que lo entendía firmado por dos autores ficticios (Bernardo Soares, el más conocido, y Vicente Guedes), que es la línea en la que se inscribe esta edición de Jerónimo Pizarro que yo traduzco; y una segunda, que es la más popular curiosamente, que atribuye el Libro, incluso desde el título, a Bernardo Soares. La verdad es que hay una primera parte, una primera fase de escritura, que es mucho más simbolista, decadentista en ocasiones, y que corresponde con la atribuida a Guedes. Esta parte es más desconocida pero no es menos importante, ya que nos marca cómo Pessoa va evolucionando en su prosa hacia un concepto mucho más sobrio, y mucho más moderno también. Digamos que el Libro va avanzando desde esa primera parte de Guedes cuajado de reflexiones crepusculares, algunas en una especie de poemas en prosa post-simbolistas, hacia un concepto, en los fragmentos de Bernardo Soares ya a principios de los años treinta, más próximo a lo que conocemos hoy como un dietario o un cuaderno de notas. También es verdad, decías tú, que Pessoa es más conocido como poeta que como escritor o narrador. Eso es absolutamente verdad y es verdad también por una razón histórica, porque en los años cuarenta, cuando se empieza a publicar a Pessoa después de la exhumación de los manuscritos de sus baúles, se empieza por la poesía. Se hace toda la poesía y Pessoa pasa a la posteridad como un poeta. Sin embargo los estudios, sobre todo de la última década, nos demuestran cada vez más que Pessoa era un escritor, un narrador, y no solo poeta. Actualmente se están publicado textos inéditos. Por ejemplo, hace pocos meses se ha publicado una posible Obra completa de Álvaro de Campos que tiene las mismas o más páginas en prosa que en poesía. Esto era desconocido. No se sabía que Álvaro de Campos había publicado tanta prosa.  Lo mismo está sucediendo con muchos textos. Los textos que Pessoa escribió sobre Iberia, por ejemplo. Ahora han salido textos que escribió sobre el fascismo, sobre Salazar, y componen un volumen de cuatrocientas páginas. Es decir, Pessoa escribió muchísimo sobre muchísimos temas… Lo que pasa es que la imagen que traspasó es la del autor de los tres heterónimos, de la poesía cerrada. Esta imagen, yo creo, irá mutando con el paso del tiempo, porque la prosa de Pessoa es potentísima. Y el Libro del desasosiego digamos que es un puente. Es un libro en prosa, formalmente, pero con muchos pasajes escritos con el mismo tenor lírico de la poesía de Pessoa.

H. A estos “autores ficticios” del Libro que has mencionado, Vicente Guedes y Bernardo Soares, los denominas en el prefacio del volumen “semiheterónimos” ¿Qué quieres expresar con ello?
 
A. Son semiheterónimos, o digamos que no llegan a la categoría de heterónimos, porque Pessoa no llegó a diseñar una biografía para cada uno de ellos. Es decir, de Vicente Guedes no sabemos casi nada y de Bernardo Soares sabemos que era una especie de alter ego de Pessoa. Era un oficinista, que trabajaba en Lisboa, que tenía una vida apagada, que tenía pocos contactos, trabajaba haciendo números como contable de una empresa… Esto es, un alter ego, un claro desdoblamiento de Pessoa. Era como el otro yo de Pessoa que escribía este Libro del desasosiego. Por eso yo defiendo, y en el prólogo lo expongo, que hay dos semiheterónimos y no solo dos autores ficticios del Libro. Porque el Libro del desasosiego siempre fue de Fernando Pessoa. Incluso los fragmentos que él publicó lo hizo como Libro del desasosiego de Bernardo Soares por Fernando Pessoa. Eso es lo que lo diferencia de los heterónimos. Algo que no hacía con Reis o con Campos o con Caeiro, que firmaban independientemente de él.

H. Más allá de Pessoa, diriges una revista hispano-lusa, Suroeste, que cuenta ya con unos años de vida, además de ilustres predecesores como Espacio/Espaço escrito o Hablar/Falar de poesía. Desde tu posición privilegiada, ¿crees que la literatura portuguesa sigue siendo esa “gran desconocida” en España?

A. Creo que tradicionalmente la literatura portuguesa ha sido mal conocida en España. Cuando estudiamos la literatura de hace un siglo ya se quejaban los escritores del potencial que tenía la poesía portuguesa, y la narrativa también, incluso del siglo XIX. Denunciaban que esos autores no llegaran a España, que nuestros autores miraran siempre hacia Francia como la literatura hegemónica de aquel momento. Sin embargo es curioso, porque esa imagen de distancia entre España y Portugal desde hace un siglo, si escarbamos y profundizamos, vemos que no era cierta. Es decir, los libros más importantes, o algunos de ellos, de muchos de los autores más consagrados y célebres de la literatura portuguesa del momento estaban siendo traducidos, y se traducían en un tiempo breve.
 
H. Digamos que esa supuesta distancia ha quedado ya como un tópico entre la crítica…
 
A. Exactamente. Y digo esto para trasladarlo a nuestra situación actual. ¿La literatura portuguesa continúa siendo poco conocida en España? Bueno, probablemente a mí me gustaría que fuera mucho más conocida. A los que vivimos un poco entre esas dos literaturas nos gustaría que fuera así. Pero también es cierto que de los autores más importantes de la literatura portuguesa actual se traduce, no diré todos los libros ni todos los autores, pero sí mucho. Incluso de la gente joven. Los poetas quizás menos, pero ahora mismo novelistas jóvenes como Valter Hugo Mãe, Gonçalo Tavares, José Luís Peixoto o Afonso Cruz… todos están traducidos en España. Incluso con una frecuencia bastante alta. No sé si esto continuará así. No tengo perspectivas ni datos muy optimistas, en este sentido. Pero creo que el lector que esté interesado en la literatura portuguesa en España tiene herramientas para acercarse a ella. Tal vez no sea tanto un problema, ahora como hace un siglo, del sistema editorial o el medio cultural español como de los lectores que no van buscando estos libros.
 
H. En tu caso, como traductor has versionado a varios autores portugueses. ¿Qué impacto están teniendo en España?
 
A. He traducido a gente muy diferente… El impacto que está teniendo el Libro del desasosiego está muy por encima del resto. Y eso a pesar de que traduzco a António Lobo Antunes, que es como el gran escritor vivo de la literatura portuguesa. Pero el impacto de Lobo Antunes, aun siendo grande, no es todo lo importante que debería. Tuvo un periodo, cuando escribía en la última página del Babelia, en que tuvo una visibilidad pública muy grande en España, pero actualmente, por desgracia, no es todo lo visible que debería ser. Porque para mí Lobo Antunes es uno de los mayores escritores vivos de la literatura occidental, sin duda alguna. Y el impacto, como decíamos, que tiene comparado con este Libro del desasosiego es bastante menor. El Libro ha sido afortunadamente muy bien acogido por la crítica en España, y en América también lo está siendo. Ya está en promoción en México, Argentina, Colombia… donde realmente estamos muy satisfechos de cómo están recibiendo la edición y de cómo está funcionando. Es muy diferente traducir a un autor de este tipo, que ya parte de un público numeroso. Aunque lógicamente tiene sus riesgos, habiendo como hay tres traducciones anteriores. Con un autor así siempre es difícil calcular los riesgos de su recepción. Algo muy diferente a lo que ocurre con Lobo Antunes, que aunque también cuenta con un público muy fiel no tiene muchísimos lectores. Y eso a pesar de ser muy reverenciado por sus lectores, muchos de ellos escritores, en España. Alberto Manguel, por ejemplo, en su selección de los diez mejores libros del año 2014 para Babelia colocó los dos: colocó el Pessoa y Sobre los ríos que van, de Lobo Antunes. Sin duda es una alegría. Así con Lobo Antunes como con otros autores que traduzco, que aunque no sean muy divulgados tienen lectores fuertes y potentes que los valoran.
 
H. Y además de traductor y profesor, eres poeta. Como escritor, como autor, ¿cuáles son tus motivaciones principales? Ya sé que es una pregunta muy difícil de responder…
 
A. Lo que más me interesa de la escritura, de la literatura como escritor, sobre todo en los últimos tiempos, son aquellos autores, no sé por qué, que escribían poco… O más que interesar digamos que me han gustado más, que me han tocado más. Es verdad que cada vez escribo menos. Nunca he sido un autor que escribiese mucho. Nunca he sido un escritor que pretendiese hacer una obra muy abundante o muy prolija. En cualquier caso, lo que siempre me ha motivado en la escritura han sido dos cosas. Desde el punto de vista personal, el límite entre los géneros. Eso es algo que siempre me ha interesado mucho explorar. Explorar los límites entre la narración, el ensayo, la poesía… Ver la poesía, y el ensayo sobre todo, como una forma de relato es algo que me obsesiona, y siempre estoy aprendiendo de otros autores. Y por otro lado, en cuanto a la poesía en sí, y aunque el último libro de poesía que he publicado no es exactamente un libro de poemas, me interesa mucho el lado confesional. Digamos que en eso no soy muy pessoano. No me interesa mucho el mundo de la ficción sino que me siento más cómodo en el registro de lo confesional, que es algo que no me importa hacer como ejercicio en el que, para mí personalmente, siempre aprendes como escritor.
 
H. En el pasado has sido presidente de la Asociación de Escritores Extremeños. Quería preguntarte, en torno al viejo esquema de centro-periferia que internet está empezando a desmentir, acercándonos en cierto modo más los unos a los otros, sobre la posición de Extremadura, periférica o no, en la literatura nacional. ¿Cuál es el estado actual de las letras extremeñas?
 
A. Yo creo que el estado actual de la literatura aquí en Extremadura es más o menos el mismo que en cualquier sitio. Es decir, no hay un déficit importante más allá del déficit que hay en la propia sociedad extremeña en relación a otras sociedades. Quiero decir, no sé si las carreteras de Extremadura son tan buenas como las carreteras de Madrid o de otros lugares, o si los bares están tan bien decorados, por poner un ejemplo. Tenemos el déficit de una sociedad con pocos habitantes y mucho territorio, algo que coyunturalmente hace que su peso relativo y específico en el contexto nacional sea el que es. No puede ser otro. En cuanto a la literatura creo que es lo mismo. Creo que hay escritores estupendos en todos los géneros literarios, escritores que están en la misma pomada literaria que el resto de España. Y si no son más es porque probablemente nuestra población es la que es. Es decir, que creo que es una situación absolutamente normal. La gente que escribe aquí buena literatura la escribe igual aquí que en Murcia o en Barcelona.
 
H. Quizás muchas veces caemos demasiado en el empeño regional.
 
A. Claro. Creo que en Extremadura hay una cierta obsesión por compararse con todo lo de fuera. En los medios de comunicación y en la política sobre todo. Hay una obsesión enorme por alcanzar titulares del tipo “Somos los primeros que…”. Yo creo que más interesante que ser los primeros o los segundos es hacer las cosas bien. Eso es lo que al final cuenta. Da igual si dos lo hacen por delante de ti o no. Lo importante es que el trabajo esté bien hecho. Y en Extremadura, en mi opinión, no le encuentro demasiado sentido a esto de compararse con los demás. Yo, afortunadamente, voy a bastantes sitios y en ninguno me he sentido mal por ser extremeño. Voy todos los años a Barcelona, que siempre parece ser ese fantasma catalán que tenemos aquí y que me molesta tanto escuchar, y me encanta Cataluña. Allí trabajo perfectamente con ellos, me involucro, admiro muchísimo su sistema de trabajo…
 
H. Hablando de estas infraestructuras, una infraestructura que faltaba aquí sin ninguna duda era una universidad propia. En este sentido, se hace mucho hincapié en nuestra facultad en cómo muchos de vosotros, y tú eres cacereño, al menos no tuvisteis que marchar fuera para estudiar letras, como pasaba con las generaciones anteriores. Ese fue desde luego un paso importante. Echando cuentas, he calculado que perteneces a la promoción 88-93. ¿Qué recuerdos tienes de tu paso por la facultad? ¿De qué manera te influyó como autor o como persona?
 
A. A ver. Yo creo que la existencia de una universidad, y en concreto en Cáceres de una Facultad de Letras, es fundamental. Es decir, es imposible deslindar el papel de la Universidad de Extremadura del crecimiento educativo y cultural en la región. En mi caso concreto efectivamente estudié en la Facultad de Letras, hice la licenciatura y el doctorado allí, hice toda mi formación allí. Acabada esta ya fui a la Universidad de Évora. ¿Qué recuerdos tengo? Imagino que como todos. Tengo recuerdos buenos, menos buenos… Yo creo que en el paso por la universidad, y así lo espero y así se lo digo a mis alumnos, con que te queden un par de referentes en cuanto a los profesores ya se puede dar uno con un canto en los dientes. No creo que exista una universidad donde todos los profesores se conviertan en referentes. Yo tengo ese pequeño puñado de referentes que lo continúan siendo para mí no solo en lo profesional sino también en lo personal y lo humano, que es más importante. Fundamentalmente guardo eso. También guardo, claro está, algunas amistades que se han prolongado durante todo este tiempo. Conocí a mucha gente allí, algunos de los cuales hoy son escritores o periodistas literarios o críticos o profesores, y es estupendo que esa red continúe alimentándose. Y creo que debe seguir así. Uno de los principales problemas de la universidad, y lo digo también como profesor, es cuando los profesores se olvidan de los alumnos fuera de las aulas. Algo que es muy habitual. Parece que fuera de la clase el alumno no existe, porque andamos muy metidos en nuestras investigaciones. Pero creo que ese es uno de los grandes peligros de la universidad, cuando se olvidan de que cada año viene una generación más joven a ser nuestro público. El profesor tiene que hacer un esfuerzo por adaptarse también a esa situación. El alumno no solo es cada vez más joven sino que tiene unas condiciones diferentes. Lo estamos viendo en las generaciones que vienen ahora, mucho más digitales que nosotros.

La mañana se ha consumido en nuestras tazas y vasos, vacíos desde muchos minutos atrás. Y es hora de que las personas decentes vayan a su almuerzo. Decidimos poner nuestro punto y seguido a una de esas conversaciones que nunca se interrumpen, como ese work in progress del que habla Antonio Sáez Delgado a propósito del Libro del desasosiego. Como ese manojo de hojas escritas y desordenadas, en confusión de ortónimos, heterónimos y semiheterónimos, que es la vida. Me despido de Antonio en la puerta del café con esa muletilla que últimamente me viene a la boca en las despedidas. “Estamos en ello”, le digo. Y en ello estamos.