"Hay que trabajar arriesgándose, apostando, con angustia y con alegría". Entrevista a Ada Salas
Por Sandra Benito Fernández
Publicado en nº 3 (Primavera 2017)

El pasado 10 de febrero Ada Salas presentaba en el Centro de Artes Visuales Helga de Alvear de Cáceres dos nuevos libros. En el primero, Diez mandamientos (Oficina de Arte y Ediciones, 2016) combina junto al artista Jesús Placencia el dibujo y la palabra. El segundo, Escribir y borrar (Fondo de Cultura Económica de España, 2016), consiste en una completa antología a cargo de José Luis Rozas Bravo de toda su trayectoria poética. Con motivo de estos dos recientes lanzamientos, vamos al encuentro de una de las poetas más determinantes en la España de las últimas décadas. Desde que lograra en 1987 el ‘Premio Juan Manuel Rozas’ –un premio ‘doméstico’ de increíble calidad, por su jurado y sus participantes– con su primer conjunto de poemas, Arte y Memoria del Inocente (1988), ha publicado poemarios tales como Variaciones en blanco (1994), La sed (1997), Lugar de la derrota (2003), Esto no es el silencio (2008) –todos ellos en Hiperión– y Limbo y otros poemas (Pre-textos, 2013). A ello se suma Alguien aquí. Notas acerca de la escritura poética (Hiperión, 2007) y la poesía reunida de No duerme el animal. Poesía 1987-2003 (Hiperión, 2009).

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Empezamos por las raíces. Para los que hemos pasado por esta Facultad de Letras es un estímulo saber que poetas como tú pasaron por sus aulas. Concretamente, fuiste alumna allá por los años ochenta. ¿Qué recuerdos permanecen en ti de aquellos días? ¿Cuál es tu relación hoy con Cáceres y con la Facultad?

Mis recuerdos son maravillosos, y están muy vivos. Compartía las horas de Facultad más que con los compañeros de mi promoción, con alumnos un poco mayores que escribían y estaban volcados en la actividad creativa: Alonso Guerrero, María José Flores, Antonio Díaz Samino, Juan Manuel Barrado, Manuel Corrales… La convivencia era muy intensa, dentro y fuera de la Facultad, no solo con los iguales, sino también con los profesores: Juan Manuel Rozas, por supuesto, Manuel Ariza, César Nicolás, Ricardo Senabre. Fueron años felices, intensos, de verdadero aprendizaje vital y literario. Sólo ensombreció esa etapa la muerte de Juan Manuel Rozas, y fue un golpe definitivo: todo pareció oscurecerse y cambiar.

Con la Facultad no tengo ninguna relación, salvo la que mantengo a través de profesores que se convirtieron en amigos: Miguel ángel Lama, José Luis Bernal. 

Se puede decir que tu carrera literaria comenzó en el seno de esta Facultad. Concretamente, con el Premio Juan Manuel Rozas de 1987, un premio ‘casero’ que sin embargo tuvo un enorme prestigio, con un jurado presidido por Guillermo Carnero y compuesto por Álvaro Valverde, Jesús Cañas, Gregorio Torres, Agustín Villar y José Luis Bernal. Lo lograste con Arte y Memoria del Inocente. Siete años después ganarías el Premio Hiperión con Variaciones en blanco. Aquello te abrió las puertas a la que ha sido tu editorial de referencia y a la primera línea del panorama nacional. ¿Qué supuso cada uno de esos premios para ti? Entre ambos, con esos siete años de maduración literaria de por medio, ¿qué elementos cambiaron en tu manera de entender la escritura poética?

A esos dos premios les debo… casi todo. Los dos fueron fundamentales; vinieron a dar un “sí” a mis dos primeros libros “serios”, un “sí” que me afirmó en la idea de que eso era lo que quería hacer, escribir poesía, y en la de que ese quehacer no estaba completamente falto de sentido: alguien podía apreciar esos balbuceos trabajados en la absoluta soledad.

El primero, el Juan Manuel Rozas, estuvo cargado de emoción por lo que significaba ese nombre, por lo que yo quería y admiraba y echaba de menos al profesor y poeta. La escritura era solo, aún (y no ha dejado de serlo), un deseo, y ese deseo se veía materializado en un precioso libro: se había convertido en una realidad material, había cobrado cuerpo, peso, realidad. Fui plenamente consciente de mi fortuna, porque eran muchos los buenos poetas, compañeros y amigos muchos de ellos, que por aquellos años podían haber sido premiados. De hecho, un año antes había recibido el galardón un libro de mi querida y admirada María José Flores.

Con respecto al Premio Hiperión, en el 94, para Variaciones en blanco fue también una alegría inmensa que marcó definitivamente mi “camino”. Yo había leído tanta gran poesía en los libros de esa editorial… Escribí casi todo Variaciones en mi estancia en Francia: estudiaba, para dar mis clases en la universidad, y escribía. Pensé en presentar el libro a un premio. Me llegaron casi por azar las bases del Hiperión, y vi que no exigía un determinado número de versos (el libro es muy breve y difícilmente habría podido concurrir a ningún otro premio). Por supuesto, lo mandé sin la menor esperanza, pero tuve la suerte de que, según supe después, el libro gustara a una parte del jurado. El premio suponía, de nuevo, la publicación, y nada menos que en una editorial como Hiperión, que ha sido la más importante de poesía en este país durante muchos años. A partir de entonces, Hiperión me pedía los libros que iba escribiendo, y no he tenido nunca que luchar por la publicación de mi trabajo; así que solo puedo decir que he sido enormemente afortunada. Sé que muchos compañeros de pasión abandonan en sus comienzos porque no encuentran manera de dar salida a sus libros. 

Sigamos con el tronco. Siempre se te ubica en los marbetes de la poesía del silencio y siempre se te relaciona con el magisterio de José Ángel Valente. Después de tantos libros y de haber escuchado tantas veces estas etiquetas, ¿dónde sitúas tu voz poética? ¿Te sientes cómoda en una estética determinada?

Es muy difícil que uno pueda juzgar con acierto su trabajo. No me incomoda en absoluto que se me considere “poeta del silencio”, porque los principios (supuestos principios) de esta “etiqueta” no me son para nada ajenos y, en general comulgo con una idea de la poesía exigente, que se basa en una exploración en los límites del lenguaje y en experiencias extremas del espíritu y de la “expresión” de esas experiencias. Pero creo que, sobre todo en mis últimos libros, mis poemas han derivado también hacia otros modos de expresión, que nos sabría si calificar de “expresionistas”. En fin: el reduccionismo y el simplismo de las etiquetas creo que induce a mucha confusión, pero puede, también, ayudar a abordar la lectura de un poeta. Lo mejor es partir de ellas, para, una vez que se conoce a un poeta, negarlas.

Más allá de los nichos críticos, ¿qué influencias, quizás menos reseñadas por tus exégetas, destacarías? ¿Coinciden plenamente tus gustos como lectora y tus referentes como creadora?
 
Me influyen, para bien o/y para mal, por afección, emulación y también por rechazo, (se aprende tanto de lo que uno admira, como de lo que detesta: es casi más importante saber qué no quieres hacer que saber hacia dónde quieres ir) todo lo que leo. En los últimos años me han marcado especialmente poetas anglosajones como William Carlos Williams, A. R. Ammons, Elisabeth Bishop, Louise Gluck  o Anne Carson.

Podría decirse que tu voz poética es reconocible y sólida, de una trayectoria coherente y compacta. También lo ha sido tu devenir editorial, publicando durante casi dos décadas con el mismo sello. No todos los poetas mantienen, precisamente, una apuesta metapoética tan estable. ¿Crees que es una cuestión de ‘convicción’ en la propia voz poética?

No sé qué “imagen” ofrecen mis poemas, mi trayectoria. En algún lugar he escrito que para escribir hace falta una extraña mezcla entre inseguridad, incertidumbre, dudas sobre uno mismo… y seguridad y conciencia (o, al menos, intuición) del propio valor. Es decir, creo que no es posible escribir si uno piensa que lo que escribe no vale nada, o que permanente se equivoca. No se puede crear en una constante negación de lo que uno crea. Pero tampoco en una complacencia total y en un no ponerte en duda. Hay que trabajar arriesgándose, apostando, con angustia y con alegría, y olvidar enseguida lo hecho o “conseguido” para “ponerse a otra cosa”. Quizá mi trabajo pueda resultar “coherente” porque no soy amiga de la dispersión: no tengo mucho tiempo, ni mucha energía ni, probablemente, mucha capacidad, así que prefiero centrarme en una cosa: intentar escribir poemas de la manera en que creo que yo puedo abordar una tarea así. Así de difícil, de hermosa, de comprometida y comprometedora. Intentando estirar poco a poco la cuerda, yendo un poco más allá. La sensación de abismo, de vértigo, es suficientemente, cómo diría, insondable, en ese simple “estirar la cuerda”, así que no necesito abordar grandes saltos al vacío para satisfacer mi ansia de “novedad”, o de “extravío”, o de “más difícil, o nuevo, o raro todavía”. Tengo tanto por hacer en el terreno que me llama y me interesa. Así lo siento.

Vayamos ahora con las hojas: hablemos de Diez mandamientos. Es tu segunda colaboración con Jesús Placencia, con quien ya trabajaste en Ashes to Ashes (Editora Regional de Extremadura, 2010), un libro en el que ofrecías catorce poemas inspirados por catorce dibujos de Placencia, inspirados a su vez por T. S. Eliot. La experiencia, desde luego, fue gratificante, ya que repites.

El trabajo de Jesús Placencia parte de una búsqueda que no me parece muy divergente de la mía, y está, también, basado en la escritura, así que trabajar a partir de sus dibujos me ha resultado, tanto en la serie de Ashes to ashes como en la de Diez mandamientos, fascinante: es como si en los dibujos encontrara precisamente lo que yo quería decir, y yo no tuviera más que, simplemente, decirlo. Ha sido como un escribir acompañada. Un lujo.

Si no estoy equivocada,
Escribir y borrar es la primera antología enteramente dedicada a tu obra. Debe de ser especial ver tu propia trayectoria ‘seleccionada’, supongo que con el corazón dividido entre las inclusiones y las omisiones. ¿Cuáles son tus sensaciones con esta antología? ¿Cuál ha sido tu implicación en el proceso de selección y preparación de José Luis Rozas?

He procurado no interferir en nada en la labor del antólogo (de hecho, así ha sido), y tampoco he leído el libro con demasiada atención. No sé por qué apenas tengo interés en lo ya hecho. Confío tanto en el criterio de José Luis Rozas, que mi trabajo ha sido únicamente corregir pruebas para detectar posibles errores de transcripción, o erratas, nada más. Sin duda, mi antología habría sido solo diferente, no mejor.
 
Además de poeta eres profesora de Lengua y Literatura. ¿Qué hay de la Ada profesora en la Ada poeta? ¿Y viceversa?

No lo sé. Son dos ámbitos que procuro no mezclar. Me da vergüenza, por ejemplo, que mis alumnos sepan que escribo o/y publico libros. Soy muy reservada, en ese sentido, con ellos. De lo que sí deben de percatarse, sin duda, es de cuánto me apasiona la poesía, por el peso que le doy en las clases, porque les hago escribir constantemente, por cómo me emociono con determinados textos. Ojalá sea capaz de transmitirles, un poco al menos, este amor. Esto en lo que respecta a mi docencia en secundaria y bachillerato. Algo muy distinto es cómo he podido enseñar en talleres de escritura o de lectura de poesía y, sobre todo, lo que he aprendido. En este terreno he volcado a veces vivencias muy profundas de mi comprensión de lo poético. 

De todas formas, el terreno de la creación es profundamente íntimo, incompartible, y tal vez no pueda, ni deba, ser de otra manera.

Una tiene la sensación de que en el ámbito de la poesía hay dos mundos paralelos, que no siempre se tocan pero que nunca se ignoran. Me estoy refiriendo al propio y verdadero oficio de escribir poesía, por un lado, y al ágora de chismes, polémicas y rivalidades en el que vemos entremezclados a poetas de toda talla y calibre. Algo particularmente frecuente cuando los poetas se ‘colocan’ en alguna bandería estética o ideológica. En tu caso, no tengo una imagen de ti como poeta ‘polémica’. ¿Estoy en lo cierto? ¿No hay ningún charco en el que meterse por el que te hayas visto tentada alguna vez?

Cuando tengo que exponer públicamente cómo entiendo esto de escribir, en cualquier foro, no me muerdo la lengua, claro. Pero creo también que la mejor bandera que uno puede enarbolar es sus poemas, y que en cómo dicen sus poemas está todo dicho acerca de cómo uno entiende la escritura. Así que intento trabajar lo más exhaustiva y honestamente en tejer esa bandera.

Por otra parte, hay mucho de espúreo en esas “batallas”, es decir, mucho que poco tiene que ver con lo poético. Y además me parece muy cansado, y muy poco gratificante.

Hablando de polémicas. En los últimos años estamos consiguiendo hacer más visible una injusticia patente: el distinto grado de recepción de nuestras poetas en el canon académico frente a sus compañeros varones. Sin ir más lejos, este mismo 21 de marzo has participado en un acto de reivindicación de Gloria Fuertes como poeta mayor. El caso de Gloria es desde luego paradigmático. ¿Crees que estamos avanzando realmente en la visibilidad de estas poetas? Junto a Gloria, ¿cuáles crees que son los casos más flagrantes entre nuestras poetas del siglo XX? ¿Crees que las poetas que hoy escribís os enfrentáis a los mismos problemas de un siglo pasado no tan lejano?

Creo que hay que revisar el canon, desde luego, y que las poetas de este siglo no han sido leídas, y por lo tanto, valoradas, como merecen. Mi desconocimiento sobre ellas es tan grande como el de cualquiera, porque yo he sido también una consumidora del canon que se me han ofrecido.

Hay una asociación, Genealogías, que está haciendo un trabajo increíble para recuperar voces sepultadas, y acaba de publicar dos títulos, de Francisca Aguirre y de Julia Uceda; leídos hoy estos dos libros, una no se explica (o peor, sí se explica), cómo estas dos poetas no están al lado, en igualdad de condiciones, de sus compañeros varones. Desde luego poetas como Ángela Figuera, Gloria Fuertes, María Victoria Atienza, Juana Castro, Francisca Aguirre, Clara Janés, son tan grandes, o más, que sus contemporáneos (hombres). Debe de haber casos mucho más flagrantes que no conozco, y para reivindicarlos haría falta investigar, cosa que no he hecho.

Por lo que respecta al presente, me permito disentir de lo que ha dicho algún editor: creo que las mujeres están escribiendo mejor poesía que los hombres o que, al menos, a mí me interesa más. Los poetas de ahora que más me seducen se llaman Olvido García Valdés y Chantal Maillard. No digo que esto signifique nada, porque no creo en la poesía femenina, ni en la poesía masculina, ni en ningún “tipo” de poesía, como ya he dicho otras veces. Nada, salvo que las mujeres escribimos, al menos, con la misma calidad que los hombres y que, por lo tanto, la distinción de sexo es un elemento sociológico, quizá, pero no literario. Y que, como tal, debe desaparecer de las consideraciones que juzgan los poemas, los libros, que construyen la historia de la literatura.

Y sí, creo que hoy en día las mujeres escribimos y publicamos con mayor libertad y en mejores condiciones que las del siglo pasado… gracias a lo que ellas tuvieron que penar. Y que aún queda mucho por hacer.

Cerremos con recomendaciones. Recomiéndanos un poeta clásico, un poeta actual y un poeta joven. Nacionales o extranjeros, mujeres u hombres, por supuesto.

¿Un clásico? Sor Juan Inés de la Cruz. Un poeta actual: esas dos mujeres que he citado antes: Olvido García Valdés y Chantal Maillard. En cuanto a jóvenes, Pilar Fraile. Todas mujeres, casualmente, por cierto.