Dos poemas de M.G.V.
Por Manuel García Verdecia
Publicado en nº 2 (Primavera 2016)



el poema de Bobó y el muerto


ha muerto Bobó, pero no es menester descubrirse
Joseph Brodsky, El funeral de Bobó

Bobó ha muerto lamenta y la extraña el poeta
aun siendo una criatura de ficción
la muerte siempre es real en todo caso
una verdad más cierta y duradera
y mientras leo sus líneas oigo la nueva
también ha muerto el hombre de los bajos

no puedo decir que fuera amigo
ni siquiera cercano como la pared que nos separa
incluso creo saber que era una buena persona
alguien como una hoja cualquiera de cualquier árbol
que está ahí en su rama y puede estar o caer
y seguimos mirando el árbol sin percatarnos

me he asomado a la barca donde ha de cruzar
el mar de su última aventura
no se parece a él  es más no se parece a nada
sino a una mala efigie desgastada
un madero corroído por las olas
o el prado derrotado por la estampida de bisontes

el poeta dice que para tener idea de esto
uno debe mirar en una lata vacía
que ahí está la imagen en su esencia sin esencia
no creo que ese hueco de aire nos deje ver la muerte
ella es algo físico  un recuerdo  un espacio incompleto
unas ropas  ciertos trastos rezagados

no sé  los muertos tienen toda la tierra
el tiempo entero para confundirse en ella
no acabamos de ver que la muerte está en nosotros
una piel sobre la piel que nos anula
y cuando acaba con un cuerpo ambulante
solo deja un latido  un dolor  una visión
un trozo de tierra donde volvemos una y otra vez
avizorando el día en que también allí entraremos
  


perdurables praderas de la infancia

perdurables praderas de la infancia
alta hierba verde de días jubilosos
entre sombras de tecas y eucaliptos que acunaban el embrujo
cómo era que todo hasta lo precario fuera un fino canto
qué delicada magia hacía de lo escaso suficiente
lo diario insólito  lo cercano increíble

ah rara flor de asombros que solo te abres en la infancia
nos envolvía silente el cálido vaho de la melaza
nunca estábamos tan distantes que no sintiéramos
el rigor de la chimenea que velaba por todo
por el pan y por el sueño por el asueto y el descenso final
sus clarines llamaban a las horas que importaban
la aventura del día  la gloria de la humeante mesa
la cercanía del padre que oficiaba con desvelo
la madre como un ala tibia siempre abierta
y en el sueño entre vuelos intangibles
el ronco silbo nos serenaba en la confianza
de que todo seguía intacto
 
mientras    los trenes negaban la distancia
quién decía que las paralelas no se unen
si los trenes las reunían en un sitio admirable
y la pelota de rústica pita volaba y éramos cósmicos
núbiles cuerpos de la lluvia que con sus dedos nos transportaba
ganancioso paladeo de la guayaba el anón el caimito
la papaya el zapote que marcaban el paso del año
la fría hierba en el rocío  el beso delicado de la luna
el tibio abrazo del río antes de fugarse a lo ignoto
el hondo seno de la noche donde todo era posible
plenitud de los miembros desnudos en la brisa
bajo el sedoso párpado del sol
por esas puertas conocimos el lúbrico jardín de los sentidos
el cielo era una confianza transparente en su perpetuo azul
solo crispado alguna vez por las auras que regían los vientos
por alguna nube que traducía nuestros ensueños
un avioncito doméstico e inocuo nos mostraba ciencia
llevando y trayendo rumores del mundo

¿cómo después se herrumbraron los techos de los sueños?
¿cómo se achicaron los campos de los juegos?
¿quién derrotó los penachos fragantes de los eucaliptos?
¿qué insecto voraz carcomió las maderas de los sueños?
¿quién achicó aquel río por donde fuimos a sitiar a Troya?
ah venerables prados de la infancia
devuélvanme el cetro de la fe
la inocencia que da vida a lo imposible