La mudanza
Por Jaime Romero Leo
Publicado en nº 2 (Primavera 2016)

La aparición irrepetible de una lejanía por cercana que ésta pueda hallarse.
Walter Benjamin

Sonaba Stella by starlight de Stan Gezt. Era Anna Karina viviendo su vida en alguna película de los años sesenta franceses, dando vueltas al borde del vaso con su distraído índice durante... ¿cuánto? ¿Quince, veinte minutos? Su silueta era tal cual la recordaba. 
 
Había olvidado cuánto hacía desde que se citaban en aquel restaurante. Cuando llegó, ella ya lo estaba esperando en su mesa. Todo sería ideal si no fuese por la peculiaridad de aquel biombo que los separaba y ocultaba al uno del otro. Ese que, su  acompañante, desde la primera cita, se empeñaba en instalar noche tras noche. 
 
La conversación fluía a través de la muralla de papel de arroz que los dividía. La misma voz, la misma risa. Todo era idéntico a pesar de que solo quedase la silueta. Esa pequeña nariz en algún furtivo recorte del perfil que la luz permitía traslucir a veces. Era ella. De alguna manera, seguía siéndolo.
 
Pasaban la velada recordando los buenos tiempos, aquellos en los que eran ignorantes y, como tal, jóvenes -y no viceversa, nunca viceversa. ¿Por qué había comenzado todo? Hizo memoria mientras ella seguía embelesada, mirando al vaso pero sin ver nada, transportada, seguramente, al parque en el que transcurrió aquella anécdota que hace apenas unos minutos recordaban entre silencios.
 
Durante la mudanza, entre los libros, había resbalado y caído la fotografía de un grupo de adolescentes sonrientes y algo desaliñados tras un día de turismo por alguna ciudad de Europa. Cualquiera, daba lo mismo. La imagen se precipitó al suelo con la suavidad de una hoja, trayendo consigo la impasibilidad del otoño.
 
Tras el encontronazo con aquella suerte de recuerdo olvidado, decidió contactarla. Habían quedado en el restaurante de la esquina, y allí seguían durante... ¿cuánto? ¿Quince, veinte minutos?
 
Hacía poco que acababa de volver de viaje. Había decidido visitar aquella ciudad anónima y multiforme de la fotografía. Le dijo que, aunque todo seguía igual, ya no quedaba nada. 
 
La perspectiva de tener que marcharse después de verla era una herida profunda en agua tibia, un soporífero final que, por otro lado, de tener que ser, lo prefería así. Era la última noche antes de la mudanza hacia alguna otra ciudad de Europa. Cualquiera, daba lo mismo; y había estado ensayando la escena que se avecinaba desde que se topó con aquel recuerdo. Pero ahora, viéndola aún surcando el vaso, se daba cuenta de lo que había. O, mejor dicho, de lo que ya no había. 
 
No podía pedirle que se asomara, que se levantara o apartarse el biombo para verla una vez más. Ella no era nada, no era nadie, a pesar de que hace tiempo lo fue todo. Era como aquella ciudad. No quería verla, aquello era tan solo una silueta. “Pero era su silueta”, se dijo. A pesar de ello, quien la proyectó hace ya tanto estaría lejos de allí, quién sabe dónde y quién sabe cómo.
 
Paul volvió en sí. Estaba rodeado de cajas y sentado, sujetando la fotografía delicadamente entre sus dedos, durante... ¿cuánto? ¿Quince, veinte minutos? Sus recuerdos se habían diluido en el deseo furtivo de volver a verla, pero a quien él quería era a la chica que se encontraba a su izquierda en aquella imagen, no a la propietaria de aquella pequeña nariz reverenciada que se recortaba a través de su tamiz de papel de arroz.
 
Se alegraba de su testarudez en aquel restaurante de humo y añoranza, y de que nunca se hubiera dejado ver después de tantos años. Ya no era su foto, sino del adolescente que fue. Era de aquella ciudad y de nadie más. 
 
Apagó el equipo de música. 
 
Nunca había sido de los que preferían habitar en el recuerdo, adornarlo o amueblarlo. Prefería perderse en ellos, corretear descalzo y rápido, hacia todos lados. El sabía que el recuerdo le daría la vida en el momento en el que decidiese no quedarse a vivir en él. Sería entonces cuando, desde fuera, podría recogerlo, echárselo a la espalda y continuar con los adornos y el resto del mobiliario. 
 
Decidió que, cuando llegase a su nuevo hogar; compraría un marco.