La oculta producción poética de Fernando Aramburu
Por José Manuel Sánchez Moro
Publicado en nº 1 (Primavera 2015)

Con el revuelo ocasionado por la muerte de Ricardo Senabre, el que fuera primer decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, no recuerdo quién, valorando su labor rigurosa, de pocos parabienes, como crítico literario, se acordaba de él aludiendo a que igual bregaba por el medievo que por el último libro de Fernando Aramburu. El escritor vasco, en un homenaje de El Cultural, donde se reunió a varias personalidades del corte de Luis Landero o Álvaro Valverde, dijo que sus libros estarán huérfanos sin los cuidados del profesor. Asiduo, reconocía, a las críticas de Senabre, las cuales empezaba por abajo (dado que el catedrático gustaba de cerrar sus críticas recopilando errores de imprenta u ortográficos, evidenciando, se entiende, la ausencia de controles editoriales de calidad) definía su lenguaje como tranquilo. El gusto de Aramburu por todo aquello que huele a extremeño viene de atrás. Corría el año 1978 y como muestra literaria se tiene un Kantil que dos militantes de CLOC, Aramburu e Irazoki, le dedicaron a la poesía extremeña. Sobre esto hay textos anecdóticos debidos a Antonio María Flórez. Sin detenerme en ello, contaré por encima, un suceso extraño que le ocurrió a Aramburu en aquella visita a Extremadura, concretamente en Don Benito. Eran años difíciles (ETA a tiro limpio, la juventud desmelenada, un parlamento incierto) cuando en Donosti un grupo de jóvenes alocados, cercanos a la broma intelectual, la poesía y la provocación, se constituye en grupo literario. El grupo CLOC de Arte y Desarte. Miembros que hoy conozcamos: Aramburu e Irazoki. Uno narrador, el otro poeta raro (poesía en prosa, textos breves más propios de columnista con abundancia de referencias a nombres del artisteo musical…). Aramburu, acostumbrado al clima de Donosti, no daba crédito a la lluvia torrencial que se desató en Don Benito aquel día del 78 cuando se vio obligado a mendigar. A pedir limosna, dinero para costearse el viaje de vuelta al País Vasco. Recorrió bares y calles con suerte. Retornó de una pieza a Euskadi.
 
En el segundo libro de la producción narrativa de Aramburu, El artista y su cadáver,  aparecido como todos los suyos a excepción del penúltimo, Ávidas pretensiones –Premio Biblioteca Breve Seix Barral-, en Tusquets Editores, dentro de una complicada recopilación de textos breves (oscilantes entre el ensayo socarrón, el relato, la crítica literaria, las memorias) se puede encontrar el lector –es el último texto del libro- con algo así como una resolución de ser feliz por encima de todo. Un dilema que arrastraba desde hacía tiempo y que culminó un día cualquiera, precisa el escritor que a las tres y diez de la tarde. Y fue que decidió cambiar de atuendos y untarse el cuerpo de prosa. Harto que estaba, sentenció, de ser incomprendido. Durante toda la producción narrativa de Aramburu resalta el autobiografismo. Camuflado la mayoría de veces, explícito en el último de sus libros, Las letras entornadas (en el que se refiere a este momento de su vida como “una época (con 25 años) en la que empezó a mirar críticamente su declarado estado de rebeldía”). Su primer libro fue Fuegos con limón. Un libro que Aramburu reconoce haber escrito a mano y que, con mala suerte, fue rechazado en Alfaguara y Anagrama. Sí fue aceptado en Tusquets. En él, de estructura sencilla, desarrollado en un San Sebastián donde la policía requisaba apuntes de prehistoria vasca, Fernando Aramburu recrea aquel estado de rebeldía y su militancia en el grupo literario CLOC. No se llamará CLOC, sino La Placa. No editarán una revista como CLOC, pero sí que colocarán números conjuntos (con escritos de los cinco militantes) en periódicos locales. Cinco miembros: Flákuas –desde él se narra, en primera persona, la historia-, Izaskún Ayestarán –la única joven del grupo-, el Pulcro Matallana –lector pasmado de Dostoievsky y partidario de la disolución del núcleo familiar-, Genaro Zaldúa –líder del grupo; la prosa- y Josu Ruiz –el otro líder del grupo; la poesía. Genaro Zaldua es, en apariencia, Fernando Aramburu autobiografiado. Zaldúa es un chocolatemaniaco y en Viaje con Clara por Alemania, Aramburu confiesa que para trabajar la escena en la que el protagonista se come una caja de bombones en un cementerio, fue preciso que él mismo lo hiciera para contarlo. En un pasaje de Fuegos con limón, Josu Ruiz dice de Génaro Zaldúa –ya hemos dicho que este era más dado a la narrativa- “que era a la poesía, lo que un inválido al atletismo”. Sin duda alguna, Josu Ruiz era el de mayor talento del grupo. Bohemio, borracho y alucinado, vive en un ático con el dinero que le da tener alquilado un piso a unos etarras. Sus padres, ricachos de a bien, lo abandonaron. Acabará la novela partiendo a Sudamérica (curioso este dato ya que los personajes descarriados de Aramburu, -véase el protagonista de Años lentos, aquella novela por la que el donostiarra mereció el VII Premio Tusquets de Novela, que acaba en Brasil- van a parar al sur del continente americano). Genaro Zaldúa no es el mejor del grupo. Pero sí que a diario escribe cuatro cuartillas, influido por Pérez Galdós que escribía once. Será, siguiendo la vía del concurso literario, el único triunfador del grupo. Se puede especular, pero el propio escritor contó lo que quiso. Digamos que Aramburu mata a dos “yos”, que reflejan su discurrir personal (aquel estado de rebeldía y bohemia de Josu Ruiz) y estilístico (el paso de la poesía a la narración).
 
Cuesta creer que la imagen de un señor con sombrero a lo Bogart, gabardina hasta la pantorrilla y gafas de óptica clásicas, encierre a un poeta renegado. Con el esfuerzo de la Universidad del País Vasco y bajo la dirección de Félix Maraña y Felipe Juaristi, en el número 11 de la colección de “POESÍA VASCA, HOY”, reposan los versos olvidados de Fernando Aramburu desde 1993. Ave sombra, El librillo, Materiales de derrubio o Mateo, son algunos libros de poemas, siquiera poemarios, que ocuparon, desde 1977 a 1990, la producción literaria del señor que hoy deja Alemania unos días para venir a España a recoger el Premio Biblioteca Breve Seix Barral o el de la Real Academia de la lengua Española, pero que, de joven, quiso llover, llover eternamente.