Entre la investigación y el artefacto
Una autobiografía apócrifa de Carriedo escrita por Palacios y un ensayo crítico de Palacios escrito por Carriedo
Por Antonio Rivero Machina
Publicado en nº 3 (Primavera 2017)
   

La propuesta lanzada por Amador Palacios en La flor de humo (Ediciones Vitruvio, 2015) constituye, como poco, todo un desafío. Un enorme desafío para su autor, por las razones que ahora diremos. Un sugerente desafío, igualmente, para el lector, por motivos semejantes. Efectivamente, Palacios ha titulado –y sobre todo subtitulado– su extenso estudio sobre el poeta palentino de la siguiente manera: La flor de humo (Autobiografía apócrifa de Gabino-Alejandro Carriedo). Con este artificio, declarado desde el mismo punto de partida, Palacios se sitúa en un espacio indeterminado entre la biografía, la ficción –desde el momento en que un Carriedo póstumo se narra– y el ensayo crítico. Un ejercicio de funambulismo prácticamente imposible en el que resulta muy difícil cruzar al otro extremo del fino cable tendido sobre el abismo sin alguna vacilación. Palacios, en cualquier caso, cruza el abismo. No es pequeña hazaña.

Pero es que la cosa no se queda aquí. En la portadilla de La flor de humo advertimos un segundo subtítulo que reza así: Un relato interpretativo de la poesía española durante el franquismo. ¿Estamos pues ante una monografía sobre el autor de La sal de Dios o ante una panorámica de la poesía española durante las décadas centrales del siglo XX? La respuesta, como ya sospecharán, es que ambas –y, si somos puristas con los géneros académicos, ninguna–. Ya avisábamos: La flor de humo es todo un reto desquiciante y delicioso. Su responsable justifica por ello, antes de ceder la voz a Carriedo, semejante estrategia:

Yo llevaba ya un tiempo persiguiendo estos dos anhelos: revisar la biografía que publiqué de Gabino-Alejandro Carriedo nada más morir el poeta, reescribiéndola enteramente; y abordar un trabajo panorámico, a la vez detallado, sobre la poesía española que se alumbró en el periodo franquista. En cuanto a lo primero, mi deseo se vio justamente superado por la encomiable sección biográfica que encabeza la tesis doctoral de Mario Paz González (…). Aunque tal gusanillo no se me desvaneció. Al querer emprender un largo texto sobre la poesía española de posguerra, (…) no cesaba de repetirme: ¡Oh no, otra vez un estudio con epígrafes encadenados, con prolijo número de notas a pie de página, estorbadoras de la lectura! ¡No! Hastiado ya de haber realizado numerosos trabajos elaborados en este académico corsé. Esperé, por tanto, a que se me encendiese la bombilla. Y acabó encendiéndose, azarosamente, gracias al hallazgo de un “manuscrito encontrado”, una autobiografía, no firmada (supuesta o fingida), y por tanto apócrifa, de Gabino-Alejandro Carriedo que, más que una nueva historia sobre su vida personal, es, predominantemente, una autobiografía literaria, un relato, enunciado en primera persona, acerca de la fértil andadura de la poesía española surcando esos años aciagos ocupados por un régimen represivo (p. 7).

A partir de aquí, todas las cartas quedan sobre la mesa. En las casi cuatrocientas páginas de La flor de humo asistiremos a la construcción de una falsa ‘autobiografía’ –aunque quizás habría sido más preciso el término ‘memorias’– siempre a partir de la voz de Gabino-Alejandro Carriedo. No será, pues, el testimonio de un Carriedo cualquiera. Será el relato de un Carriedo apócrifo. He aquí el gran valor –en su doble acepción de calidad y valentía– del artefacto pergeñado por Amador Palacios. Si nos lo propusiéramos durante la lectura de este libro, resultaría imposible a cada instante, sí, saber si a quien se está leyendo es a Palacios o a Carriedo. Pero esta es una disyuntiva que resulta vana, ya que quien firma estas memorias no es ni el Carriedo real ni el Palacios crítico, sino ese producto complejo y admirable que resuena a lo largo de estas páginas: un Carriedo tan verosímil como apócrifo. Digo esto porque Palacios procura ser en todo momento riguroso con su envite y acude a los juicios críticos legados por el propio e histórico Gabino-Alejandro Carriedo –en entrevistas, testimonios y, particularmente, en un epistolario inédito al que ha tenido acceso– para dibujar esa panorámica de la poesía escrita durante el franquismo que se había propuesto dibujar. Por mi parte, especular qué hay en este “relato interpretativo” de Carriedo y qué de Palacios es algo que, como lector, me resulta tremendamente sugestivo. Sin duda, no estamos ante la típica monografía académica cuajada de notas al pie y excursos bibliográficos. Eso hay que reconocerlo.

En cuanto a su contenido, el trabajo de Palacios-Carriedo ofrece lo que promete: un relato interpretativo y parcial –intencionadamente parcial– de la poesía española escrita en las décadas en que el autor de Poema de la condenación de Castilla ejerció como poeta: los Cuarenta, los Cincuenta, los Sesenta y los Setenta. Esto es: los años en los que en España el poder fue detentado por el general Franco. Y digo Palacios-Carriedo porque, a medio camino entre la investigación y su artefacto discursivo –¿a medio camino o con un pie en cada senda?–, el primer miembro del binomio procura ser siempre congruente con su propuesta. A cambio, en el momento en que Palacios decide relatar aquellas cuatro décadas de intensa creación poética desde el punto de vista de uno de sus protagonistas, asume ciertos condicionantes formales, algunos verdaderamente complejos de resolver. El principal, a mi juicio, el hecho de que las memorias de Carriedo se fechan –imposible fecharlas más allá– el 2 de septiembre de 1981, apenas cuatro días antes de su muerte. Con ello, lógicamente, Palacios-Carriedo no puede asumir lecturas críticas posteriores a las publicadas en 1981. Ello implica, por ejemplo, que Palacios-Carriedo recoge las opiniones de referencias para el periodo como Guillermo Carnero o Fanny Rubio, por ejemplo, pero no así otras lecturas posteriores, por influyentes que hayan sido. O al menos, ¡ojo!, no puede recogerlas de manera explícita, en ese ensayo firmado por el Carriedo apócrifo, ya que en una bibliografía final si se alega el manejo de fuentes y ensayos recientes. Ahora bien, ¿cómo integrar estas lecturas posteriores a 1981 en las “opiniones” de Carriedo? Sin duda, con mucho tacto y mucha precaución. Y sí: en un complicado ejercicio de equilibrismo, Amador Palacios logra salir decentemente airoso, a pesar de que, como decimos, no es pequeña limitación “detenerse” en 1981. Sobre todo porque, y este es el valor que más le agradezco al trabajo de Amador, airea bastante la visión del panorama poético español durante el franquismo –que no equivale, como el propio Palacios recoge, a la posguerra, término que por fuerza no puede abarcar cuarenta años de desarrollo–. Palacios contribuye así –no es el único, a dios gracias– a una lectura más compleja y rica de aquel Parnaso –o Parnasos– del Mediosiglo. Una lectura que huye de los reduccionismos basados en el limitado y parcial eje del espadañismo-garcilasismo, o en lugares comunes sobre la estratificación generacional, o en la extraliteraria afección-desafección a la dictadura franquista. En este sentido, no creo que sea casual la elección del punto de vista. Gabino-Alejandro Carriedo personifica como pocos –¿como pocos?– la polivalencia y complejidad –aunque fuera bajo la hegemonía discursiva de la ‘rehumanización’– del ámbito literario español de la posguerra y la dictadura. En los Cuarenta Carriedo fue, sí, autor de los versos tremendistas del Poema de la condenación de Castilla, sin que ello le impidiera ser un destacado integrante del festivo e irreverente postismo. En los Cincuenta fue codirector de una revista tan asombrosa, exquisita y abierta como El pájaro de paja, al tiempo que empezaba a ensanchar sus intereses hacia otros horizontes como la literatura lusófona, más allá de la engañosa ‘autarquía’ intelectual que supuestamente dominaba su tiempo. Un poeta, a la postre, que participó con convicción del realismo social de la poesía comprometida en los Sesenta, con Política agraria como poemario más señero, pero que nunca claudicó de la experimentación verbal en libros como Los animales vivos, por citar uno de tantos ejemplos.

La trayectoria de Gabino-Alejandro Carriedo no es ni más ejemplar ni más arquetípica que otras para comprender las corrientes estéticas que conformaron la poesía escrita bajo aquellas décadas de dictadura. Tampoco menos que cualquiera. Y aquí radica el gran acierto en la elección de Amador Palacios. Con él, además, se recorre y reivindica la fundamental obra de otros poetas del periodo también arrinconados por la tramposa dicotomía del garcilasismo-espadañismo, luego reinventada arteramente bajo la disputa entre la comunicación y el conocimiento. Me estoy refiriendo a poetas cercanos en lo vital y en lo poético a Carriedo como Miguel Labordeta, Carlos Edmundo de Ory, Juan Eduardo Cirlot o Ángel Crespo, entre otros muchos compañeros de viaje del palentino. Compañeros que van desde un Victoriano Crémer a un Félix Grande, sin olvidarnos de Blas de Otero, José Hierro o Eladio Cabañero.

El aroma de esta “flor de humo” es, en suma, inaprensible como la materia que la conforma, pero, como el poso del tabaco sobre la ropa, su lectura calará en la manera en que sus lectores se acerquen después de ella a la figura de ese estimable y a veces obviado poeta llamado Gabino-Alejandro Carriedo. También, sin duda, al hábitat en que su obra respiró: ese vasto y aún mal narrado territorio de la poesía española escrita durante el franquismo.