Itinerario de la ocultación de la identidad en Lope de Vega: del pseudónimo al heterónimo
Por Ismael López Martín
Publicado en nº 2 (Primavera 2016)

    La producción literaria de Lope Félix de Vega Carpio es, en muchas ocasiones, biográfica, circunstancia que ha sido ratificada por la crítica en varios momentos. El Fénix –autor prolijo en todos los géneros literarios– supo insertar referencias a su propia vida en muchas de sus obras, aunque se ayudaba de distintos procesos de ocultación de la identidad, resolviéndolos él mismo en algunos casos.

    El primer y más básico procedimiento que utilizó Lope para introducir apuntes biográficos en sus obras sin que saliera a relucir su nombre o el de las personas que se relacionaban con él fue el del pseudónimo. Se trata de un mecanismo sencillo porque básicamente requiere un cambio de nombre, sin más, y el autor puede atribuir a cada personaje una vida propia que, sin duda, está atemperada con las notas vitales del Fénix y de su círculo más cercano. El autor madrileño construyó toda una estructura de pseudónimos que se referían tanto a él como, fundamentalmente, a los distintos amores que mantuvo a lo largo de su vida, y ello se vio especialmente reflejado en su producción lírica, donde participó de una alteridad biográficamente recurrente durante varios años, ya que aunque pasaran el tiempo y los amores, el Fénix retomaba los pseudónimos de las destinatarias de su amor (o de su desamor) en distintas composiciones.

    Es muy importante anotar que Lope fue capaz de crear una familia de pseudónimos, unos personajes perfectamente reconocibles y que forman parte de sus obras en general, ya que son típicos personajes lopescos que aparecen en varias composiciones, como el caso de la familia Pez en Benito Pérez Galdós. Se trata, pues, de una complicación del concepto de pseudónimo que el Fénix supo llevar a buen término hace ya, aproximadamente, cuatro siglos. Algunos de esos nombres encubiertos, que se explican más adelante, han pasado a la posteridad y son muy conocidos.

    El primer gran amor del autor de El perro del hortelano fue Elena Osorio, y a ella destinó Lope varios pseudónimos. Cabe advertir que, en la mayoría de las ocasiones, Lope se atribuye a sí mismo un pseudónimo que haga un paralelismo con el de su amada, aunque no sucede esto en todos los casos. El pseudónimo más conocido de Elena Osorio es Filis, y con ella empareja Lope como Belardo, su nombre encubierto más famoso, presente en los temas pastoriles y en numerosas comedias. Así se queja Lope del desamor de Filis en este fragmento de una composición de su Romancero general (1600):

        El lastimado Belardo
        con los celos de su ausencia
        a la hermosísima Filis
        humildemente se queja.

Lope también enmascaró su nombre bajo el de Fabio para dirigirse a Filis, como se observa en el comienzo de este soneto de las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos (1634):

        Para que no compréis artificiales
        rosas, señora Filis, Fabio os puso
        las naturales, si el calor infuso
        las puede conservar por naturales.

Por otro lado, Elena Osorio también fue conocida por Zaida, y Lope hizo un paralelismo con el pseudónimo que se atribuyó a sí mismo: Zaide. Ambos suelen aparecer en composiciones de tema morisco, como en este romance tomado del Segundo cuaderno de varios romances (1593):

        «Mira, Zaide, que te aviso
        que no pases por mi calle
        ni hables con mis mujeres,
        ni con mis cautivos trates,
        ni preguntes en qué entiendo
        ni quién viene a visitarme,
        qué fiestas me dan contento
        o qué colores me aplacen […]»
        Dijo la discreta Zaida
        a un altivo Bencerraje.

Es Elena, también, Felisalba, y su amado, Almoralife, nuevo pseudónimo morisco de Lope de Vega. Obsérvense en este romance:

        Al fin la fuerza de amor
        rompió al silencio la fuerza
        porque sus querellas mudas
        por declarar se revientan,
        y la bella Felisalba
        tan turbada cuanto bella,
        estando atento su moro
        a preguntalle comienza:
        –Almoralife galán
        ¿cómo venís de la guerra?
        ¿Mataste tantos cristianos
        como damas os esperan?

Pero sin duda, la mayor concentración de pseudónimos relativos a la experiencia amorosa entre Lope y Elena Osorio aparece en La Dorotea (1632), donde se han localizado al menos cinco pseudónimos de los protagonistas de la escena amorosa en la vida real: Dorotea es Elena Osorio; Teodora, madre de Dorotea, es Inés Osorio; Fernando es Lope; don Bela, el rival amoroso de Fernando/Lope, es Francisco Perrenot de Granvela, y César es Luis Rosicler, cuñado de Lope. En el siguiente fragmento se observa, como en los casos anteriores, el fracaso de la relación amorosa entre los dos protagonistas:

    FERNANDO. ¿Qué es esto, mi bien? ¿Por qué me sangras a pausas? Dime: «Fernando, muerto eres»; irá Julio a que vengan por mí; y no me suspendas el dolor en la duda, que es más fuerte de sufrir el temor que el mal suceso; porque imaginado, se piensa en que ha de venir, y venido, en que se ha de remediar.
    DOROTEA. ¿Qué quieres saber de mí, Fernando mío, más de que ya no soy tuya?

    Isabel de Urbina fue otro gran amor de Lope de Vega. Si en el caso de Elena Osorio fue una relación tormentosa, ya que propició el destierro del Fénix, ahora tampoco lo fue menos, ya que incluso el dramaturgo raptó a la que sería su esposa. Isabel es conocida en la obra de Lope como Belisa, anagrama de su nombre. Suele ser Belardo el pseudónimo con que Lope manifiesta literariamente su relación amorosa con Belisa. Obsérvese el siguiente ejemplo de otro romance lopesco:

        No tengas, dulce Belisa,
        en poca cuenta a Belardo,
        por las abarcas que lleva.

    La actriz Micaela de Luján fue amante de Lope de Vega, y ambos tuvieron hijos, a pesar de que Micaela estaba casada con otro actor. Eran varios los pseudónimos con los que Lope se refería a su amante: Camila Lucinda, Lucinda o Celia. De ella habla el madrileño en este terceto localizado en El peregrino en su patria (1604):

        Lucinda, sin tu dulce compañía,
        y sin las prendas de tu hermoso pecho,
        todo es llorar desde la noche al día.

Aunque la crítica ha discutido sobre la equiparación de Celia con Micaela, lo cierto es que el uso de este nombre en clave es menos frecuente, aunque así se refiere Lope a Micaela al final del canto III de La hermosura de Angélica (1602):

        Celia, reina de Córdoba famosa,
        como el aurora se mostró serena,
        cándida, fresca, limpia y olorosa,
        más que el jazmín, mosqueta y azucena;
        con vivos ojos, cuya luz hermosa
        fue ara tantas almas gloria y pena,
        graciosa boca, dientes, habla, risa,
        garganta al torno, blanca, altiva y lisa.

    Otra actriz, Jerónima de Burgos, también mantuvo una relación de amante con Lope, y a ella se refería el Fénix con el apodo de Gerarda, muy especialmente en su epistolario. En una carta dirigida al duque de Sessa y fechada el 15 de marzo de 1614, explica Lope que «aquí me ha recibido y aposentado la señora Gerarda con muchas caricias. Está mucho menos entretenida y más hermosa».

    Pero el último gran amor de Lope fue Marta de Nevares, aunque el Fénix ya había sido ordenado sacerdote. De hecho, incluso tuvieron una hija juntos: Antonia Clara. A su amor se refería el escritor como Amarilis, otro de los pseudónimos lopescos (junto con Belardo, Filis y Belisa) más conocidos. Todos estos suelen tener un trasfondo pastoril y bucólico, y aunque se suceden algunas particularidades, Belardo suele ser el correlato amoroso de cada una de las damas ocultas. El siguiente ejemplo pertenece a su égloga Amarilis (1633):

        A competir la luz que el sol reparte
        nació, pastores, Amarilis bella,
        para que hubiese sol cuando él se parte,
        o fuese el mismo sol aurora de ella;
        benévola miró Venus a Marte
        sin luz opuesta de contraria estrella.

Marta de Nevares también recibió el pseudónimo de Marcia Leonarda o Leonarda, especialmente en la colección de novelas cortas que le dedicó –Novelas a Marcia Leonarda–, donde se insertan Las fortunas de Diana (publicada en La Filomena en 1621) y La desdicha por la honra, La prudente venganza y Guzmán el Bravo (que vieron la luz en La Circe en 1624). En la breve dedicatoria al excelentísimo señor don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, incluida en La Circe, Lope explica que «puse aquí estas tres novelas, sacadas de otras muchas escritas a Marcia Leonarda, por si acaso Vuestra Excelencia gustase de divertirse, que lo que cuesta poca atención no suele cansar el entendimiento».

    Menos conocido es otro pseudónimo con el que se enmascaró Lope de Vega, Lucindo, a través del cual lamenta sus cuitas amorosas en primera persona y con un marco pastoril en el canto XIX de La hermosura de Angélica (1602):

        Lucindo soy, aquel que a Dios pluguiera
        que no fuera del mundo conocido,
        porque de la cruel envidia fuera
        menos injustamente perseguido.
        Dichoso el hombre que su edad entera
        pasa cubierta de un escuro olvido,
        pues toda fama, y más cuanto más nueva,
        tras sí la envidia y los trabajos lleva.

Por otro lado, la comedia Arminda celosa, atribuida a Lope, dice estar escrita por El caballero Lisardo.

    En la portada de los Soliloquios amorosos de un alma a Dios (1626) de Lope se dice que esta obra está escrita por el Muy Reverendo Padre Gavriel Padecopeo, que es anagrama de Lope de Vega Carpio, tal y como explica el Fénix en la Égloga a Claudio (1632):

        y en néctar soberano
        bañado, descifre el anagrama
        los Soliloquios de mi ardiente llama.

    Pero el último y más importante paso que Lope de Vega dio en su alteridad se produjo en 1634, cuando publicó las Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos. El Fénix ha completado su evolución relativa a la ocultación de la identidad al llegar al heterónimo, habiendo pasado por los pseudónimos y los anagramas. El heterónimo es el procedimiento literario más complejo para enmascarar la identidad autorial, ya que se trata de crear una nueva figura que se distancie, a propósito, de su creador, como puede entenderse, por ejemplo, en la séptima composición del citado poemario. Es el caso de Tomé de Burguillos, de quien Lope dice que es conocido suyo, que es un intelectual y que había escrito algunas composiciones. Dice Lope, en la dedicatoria de las Rimas al duque de Sessa, que «siempre conocí en el Licenciado Tomé de Burguillos un afectuoso deseo de dedicar a vuestra excelencia alguno de sus escritos», y como indican Rozas y Cañas en su edición, es muy interesante que el Fénix firme esa dedicatoria en lugar de Tomé de Burguillos, ya que era Lope el que, al final, debía fortalecer su alineamiento con el de Sessa, y por eso inventó el procedimiento de ofrecer una dedicatoria firmada por él mismo pero con las mismas intenciones que habría tenido su heterónimo.

    Lope de Vega, a lo largo de su producción literaria, y en todos los géneros, cultivó la alteridad, la ocultación de identidades, tanto propia como de personas muy cercanas a él y que están reflejadas en su obra. Los escritos de Lope son, en muchos casos, autobiográficos, y las circunstancias amorosas de su vida son las que con mayor frecuencia consienten los pseudónimos, tanto para él como para sus amadas o amantes. Algunos de esos apodos, como Belardo o Belisa se han hecho muy célebres, pero no debe perderse de vista que no todos los personajes que participan en las obras lopescas con esos nombres hacen referencia a Lope y a Isabel de Urbina, en este caso. De hecho, Belardo es uno de los agonistas más recurrentes en la obra dramática de Lope. 

Sustituciones de nombres, anagramas y hasta un heterónimo hacen de Lope el creador de un verdadero sistema completo de alteridad literaria en el Barroco; un sistema tan rico que, como señaló Rozas, convirtió al Fénix en el primer autor de la literatura española en contribuir a la ocultación y a la heteronimia con maestría.