“La de la poesía es una carrera de fondo”. Entrevista a Álvaro Valverde
Por José Manuel Sánchez Moro
Publicado en nº 2 (Primavera 2016)

Álvaro Valverde nace en Plasencia (Extremadura) en 1959. Sobre sus espaldas, el trabajo de literaturizar la región extremeña, cuando yerma de ello estaba. Hijo de los tiempos de Ángel Campos Pámpano (con el que fundaría la revista hispanolusa en dos lenguas Espacio/Espaço escrito), Fernando Tomás Pérez o Miguel Ángel Lama, Valverde fue presidente de la Asociación de Escritores Extremeños, coordinó el Plan de Fomento de la Lectura en Extremadura entre 2002 y 2005 y dirigió la Editora Regional de Extremadura entre los años 2005 y 2008. Ha influido decididamente en las nuevas hornadas de poetas que le han seguido (contaba Jordi Doce, quien preparó su antología Un centro fugitivo para Ediciones La Isla de Siltolá, que rápidamente, apenas fue premiado por primera vez, le escribió para recibir su veredicto). Merecedor del IV Premio Fundación Loewe por Una oculta razón en 1991 (cuando era presidente del jurado Octavio Paz, al que Valverde, en entrevistas, ha calificado como una de sus más lúcidas influencias), su obra se expande por la gran mayoría de editoriales españolas de poesía: Visor, Hiperión, o las propias de la región extremeña, como De la luna libros y la Editora Regional, siendo, sin embargo, Tusquets Editores en la que con mayor asiduidad ha recalado. Ensayando círculos, Mecánica terrestre, Desde fuera y Más allá, Tánger han aparecido en la colección Nuevos Textos Sagrados de la editorial barcelonesa. Aunque se reafirme en su exclusiva labor poética, Valverde es autor de dos novelas, una de ellas, Alguien que no existe, aparecida en Seix Barral, y un par de libros de artículos. Como crítico literario y articulista ha visitado diarios, como ABC, Hoy o El Periódico de Extremadura y numerosas revistas (ahora, Turia, Cuadernos Hispanoamericanos y Clarín). Como lector (un lector generoso), regenta un blog personal donde, a diario, explica, fundamentalmente, todo lo nuevo que se hace y hay que tener en cuenta de la poesía escrita en castellano.

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Con motivo de la muerte de Ricardo Senabre, decía en su blog que el crítico y profesor representaba la prosa y Juan Manuel Rozas, la poesía. Uno y otro, según usted, estuvieron siempre en primera línea de trabajo, desde la Facultad de Filosofía y Letras, peleando por la redención cultural y literaria de la yerma Extremadura de entonces. Igual que otros. ¿Cómo recuerda aquellos años en los que estuvo intensamente implicado –véase la revista Espacio/ Espaço escrito– en esas labores, aunque alejado de la facultad?
 
Lejanos. Sobre todo, muy lejos. Uno va mayor. Los recuerdo, ya en serio, llenos de ilusión. Todavía teníamos esperanzas. Y muchas ganas de trabajar. Estaba casi todo por hacer. Y lo del “casi” me da que sobra. Mi suerte –la nuestra– es que nos reunimos un grupo de escritores en ciernes que habían decidido quedarse a vivir en Extremadura y no marcharse como era (y vuelve a ser) la norma. Escritores empeñados, antes que nada, en crear una obra digna de tal nombre (lo que, en perspectiva, no pocos consiguieron) y, además, en lograr que esta tierra saliera del atraso cultural al que llevaba siglos condenada. Y nos asociamos (en la AEEx). Para colmo, pronto fuimos amigos. Así resultaba más fácil conseguir nuestros propósitos. Otra ventaja añadida es que algunos políticos estuvieron de nuestra parte. Sin ese apoyo institucional todo hubiera sido más complicado o imposible. En aquel contexto, añado.
 
Por lo demás, aunque no era alumno de Letras (tampoco Pámpano), estaba muy cerca de los que sí lo eran y de los profesores implicados en nuestra revolución tranquila, nunca reconocida, que no sólo eran Rozas y Senabre. Sin la Universidad aquel cambio hubiera sido improbable. Y peor.
 
Se habla de una regeneración con nombres –en lo más ligado a la facultad– como Senabre, Rozas, Bernal, los hermanos Lama… ¿Qué otros rostros recuerda de entonces dentro de la misma facultad o fuera de ella?
 
No me gusta nominar porque al final, sin intención, siempre dejas fuera a alguien. Había en aquel entonces nombres muy jaleados que luego no cuajaron como poetas. Me refiero a José Manuel Fuentes (que derivó hacia la bibliofilia), Antonio Samino o Pilar Álvaro. Entre mis amigos “de dentro”, gente de mi edad o un poco más joven, los citados Lama (Josemari y Miguel Ángel), José Luis Bernal, Carlos Medrano, Diego Doncel, María José Flores o Ada Salas. De los “de fuera”, Ángel, ya he dicho, y Basilio Sánchez, por ejemplo, viejo amigo mío por razones extraliterarias. Luego había otros, pero no en Cáceres. Elías Moro, pongo por caso, en Mérida. O Luciano Feria, en Zafra. 
 
De los mayores, digamos, nunca nos faltó el contacto con Santiago Castelo, en la distancia, o José Antonio Zambrano.  Y un nombre capital para nosotros, los jóvenes de entonces: Felipe Núñez, el abanderado de nuestra precaria modernidad.
 
Uno de los más míticos alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de aquellos años fue Diego Doncel que, poco tiempo después de abandonarla, obtendría, al igual que Pureza Canelo y Félix Grande, el Premio Adonais. Con él, y con Ángel Campos Pámpano, fundó Álvaro Valverde la revista Espacio/Espaço escrito. Revista que ha servido de motor, digamos, ideológico para muchas otras publicaciones extremeñas, valga de ejemplo la revista Heterónima, que conmemoró en 2015 el centenario de la aparición, en Lisboa, de Orpheu (1915), la revista de Pessoa y los suyos. Heterónima o, también, la revista Suroeste –de cuyo equipo forma parte Valverde– o Luar, de Fernando de las Heras. Una estética que se ha mantenido desde Espacio/Espaço que es la de “confundir” lo portugués y español. ¿Cómo surgió la idea, qué motivos dieron sentido a Espacio/Espaço?
 
Lo de “mítico” me parece excesivo, pero… La idea de la revista surge de Diego, precisamente. Nos la cuenta a Ángel y a mí, que estamos de inmediato de acuerdo. Ángel empieza a maniobrar, para eso era único: era un gran gestor, y logra que la Diputación de Badajoz, donde trabajan Manuel Pecellín y Paco Muñoz, que luego sería consejero de Cultura y uno de nuestros mejores valedores, la financien. Muy pronto, creo recordar, la Junta también se pone de nuestra parte. Más tarde, a través de la Editora Regional.
 
Sin restar méritos a Doncel, fue Ángel el alma y el motor de esa revista. Sin él hubiera sido una quimera. De hecho, Diego acabó marchándose. Pámpano tenía la fuerza y los contactos. Y el idioma. Colaboramos con él, unos más que otros, pero, insisto, él era el verdadero corazón de ese noble empeño que tan lejos llegó. Ahí están los números publicados. Y la lista de colaboradores. Lo cierto es que esa revista marcó un hito y contribuyó no poco a situar a las letras extremeñas en el mapa de la literatura española (y portuguesa), como en el fondo pretendíamos. 
 
Con Campos Pámpano coincidió usted en Lisboa, ciudad a la que el primero creía maldita para merecer un poema. Usted, no obstante, lo escribió. ¿Qué recuerdo físico, sin que importe si es meramente anecdótico o no, guarda Álvaro Valverde hoy de Ángel Campos?
 
No sé si Ángel pensaba eso, el que sí dijo que no se podía escribir un poema sobre esa ciudad fue Miguel d'Ors. Pámpano le dedicó un libro entero: La ciudad blanca.
  
En ese viaje a Lisboa que inspiró el poema al que aludes no estaba Ángel. Su generosidad nos había permitido a Yolanda, mi mujer, a mi hijo Alberto y a mí pasar en la ciudad un fin de semana largo que coincidía con las Ferias de Plasencia. Su casa, descrita en el poema, era luminosa y bonita y estaba situada en un sitio privilegiado de Lisboa. Desde que nos conocimos, a principio de los ochenta, nuestra amistad se hizo sólida. Fraternal. Yo le admiraba, elemento imprescindible para que cualquier afecto verdadero se cumpla. Como traductor y como poeta. Y, lo que más importa, como persona. Era un tipo cariñoso, desprendido, un niño grande, algo que no encajaba con el corpachón que tenía. Ni con sus bigotes. Por lo demás, era exigente con sus amigos, sobre todo en lo literario. Temía su reacción ante la llegada de uno de mis libros, édito o inédito. Su sentido crítico era admirable. Podía reñirte por el uso tal o cual término o por la puntuación dudosa. Su afán didáctico era innegable y le acompañó toda su vida de docente. Primaba, con todo, ya lo decía, su generosidad. Fue como un hermano mayor, aunque sólo me sacara dos años. Convivimos mucho y los roces que surgieron (propios de las relaciones largas, ja, ja) nunca impidieron el respeto mutuo. Me apoyó en todo y no tengo más remedio que recordar su acompañamiento tras mi abrupta salida de la Editora, que coincide con su prematura muerte.
 
Recuerdo cuando me llamó para decirme que le habían encargado una antología de poetas extremeños jóvenes y que no la haría sin mí. Entre su casa y la mía, entre Mérida y Plasencia se gestó Abierto al aire. Con música brasileña de fondo. Era así de espléndido. Y de impulsivo. Por eso todavía no he asimilado su muerte y sigo acordándome de él cada poco y consultando mentalmente con él tal o cual decisión, de la vida y de la poesía.
 
De lo que dio de sí como creador hablan con la debida elocuencia sus obras. En la traducción y en la poesía, por no hablar de las Aulas Literarias, por ejemplo, uno de sus más felices inventos. Fue un honor acompañarle en la mayor parte de sus empeños. 
 
Una de las más curiosas labores literarias de usted fue la de editor. Fue director de la Editora Regional de Extremadura durante tres años. Seguimos con lo anterior, lo portugués y lo universitario. Allí se editó a José Luis Peixoto, por ejemplo. ¿Qué otros autores aparecieron o qué esfuerzos se llevaron a cabo bajo su dirección en esta casa en lo que hace al país vecino? ¿Y qué relación guardó con el ámbito académico, durante los años que van de 2005 a 2008, la Editora –publicando estudios, ensayos…– venidos en lo particular, de la Facultad de Filosofía y Letras, y, en lo general, de la Universidad de Extremadura?
 
Nunca descuidamos, siguiendo (como en casi todo) la línea marcada por mi amigo Fernando Pérez, las relaciones de la Editora con el mundo portugués y con la Universidad de Extremadura, dos pilares de esa casa editorial. Para afianzar lo primero (la llegada de Peixoto es una feliz decisión de Fernando, no mía), creamos la línea Letras Portuguesas y le dimos la coordinación a Antonio Sáez. Por ahí llegaron obras de Lourenço, Fernando Pinto do Amaral o Cândido Franco, por la parte literaria, y el ensayo Portugal hoy, de José Gil, o la nueva edición del libro de Neves sobre “la matanza” de Badajoz o sobre Barrancos, por la histórica.
  
En cuanto a la Universidad, no sólo se publicaron libros de profesores (Antonio Salvador o M. Ángel Teijeiro, pongo por caso), sino que algunos contribuyeron a editar obras de la Biblioteca de Barcarrota, como la Lingua per des de Erasmo, a cargo de César Chaparro, Manuel Mañas y Luis Merino, o la magna antología de la literatura extremeña contemporánea que sacamos adelante con la colaboración, entre otros, de Gregorio Torres y M. Á. Lama. 
 
Con todo, si tuviera que elegir un solo libro (en plan isla desierta) de mi etapa en la Editora, elegiría los diarios de mi paisano José Antonio Gabriel y Galán. Por razones sentimentales y literarias. Una obra que ganó el desaparecido premio Extremadura a la Creación. 
 
Por lo demás, hay que tener en cuenta que en esos años tuve a mi lado, con una lealtad digna de elogio, a un editor y escritor imprescindible: Julián Rodríguez, alguien que está detrás de muchos de los logros de mi gestión en la Editora y, antes, en la de Fernando. Es de justicia reconocerlo.
 
Vamos con una, quizá, pregunta impertinente. ¿Para ser director de la Editora Regional de Extremadura, uno necesita (y viendo el bagaje biográfico de algunos de ellos parece lo más indicado) haber sido director del Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura o basta con ser un poeta reconocido?
 
Para ser responsable de una editorial así se necesita algo más que para ser editor a secas. Porque tienes por encima a los políticos, algo que no es baladí, y porque los fondos con los que cuentas son públicos (de todos). Además, los libros que se publican en la Editora, por mandato institucional, han de ser de autores extremeños o vinculados a Extremadura y siempre relacionados con esta región. Su historia, su gastronomía, su sociedad, etc. Ahí prima el interés general, digamos.
 
Tuve suerte con el consejero y los directores generales en mi primera etapa (que fue corta en total, bien lo sé). Me dejaron hacer. Las cosas cambiaron cuando llegó el cambio (Vara no es Ibarra, sus intereses culturales son distintos: uno es lector; el otro, no.) y, sobre todo, la nueva consejera (de cuyo nombre no quiero acordarme). De hecho, sin saber aún el porqué (ni me importa), me echaron. Y de mala manera. Sin respeto alguno ni la más mínima educación. No lo olvido, aunque salí ganando. Ser cómplice del despropósito nunca es rentable. Y ser maestro de escuela, la mejor profesión del mundo.
 
Francisco Muñoz me llamó a su despacho tras la muerte de Fernando Pérez (siempre me ha dolido que esa trágica circunstancia favoreciera mi nombramiento) y me dijo simple y sencillamente una cosa, amén de proponerme suceder a Fernando, al que tan ligado en lo personal y en lo profesional estaba. Me confesó que lo hacía porque creía que uno tenía criterio. Nada más. 
 
Parece lógico suponer que tuvo en cuenta otras razones. Ser un lector avezado, pongo por caso. Que seas conocido por tus obras, en literatura, ayuda. Aquí y fuera de aquí, donde acaso, por aquello de la maldición bíblica, se le respeta a uno más. Que te aprecien los autores a los que quieres publicar es clave. Y uno se ha sentido desde el principio muy arropado por sus contemporáneos, salvo excepciones. Por suerte, cabe precisar: ¿para qué quiere uno el apoyo de según quién?
 
Hombre, lo que creo que tenía muy claro era el panorama de nuestra literatura. De nuestro ámbito cultural. De dentro y de fuera. Era, podría decirse, arte y parte. 
 
Usted sustituye a Fernando Tomás Pérez, ya se ha dicho, y es sustituido por Luis Sáez Delgado al frente de la Editora. ¿Es todo política? ¿De quién dependen los nombramientos, de los aparatos de los partidos?
 
Los nombramientos son responsabilidad de los respectivos consejeros del ramo. Y del presidente de la Junta, que da el visto bueno. De los políticos, sí, aunque tú no lo seas (en tanto que militante de un partido, quiero decir, otro gallo me habría cantado). No voy a valorar lo que hizo Luis Sáez, una persona a la que aprecio y con la que tuve, mientras convivimos en la Consejería de Cultura, un trato más que profesional y amistoso. Me he atrevido a hacerlo, por sentido crítico (que no puedo evitar como ciudadano demócrata que soy), con la gestión de Rosa Lencero, que, de la mano del PP, ha llevado a la Editora a la práctica desaparición, por numerosos libros que haya publicado. Me refiero a otra invisibilidad, ya se me entiende.
 
Después de varios meses de incertidumbre, finalmente conocemos al nuevo responsable de la Editora. ¿Qué opina del nuevo sistema de selección y del elegido, Eduardo Moga?
 
Sí, entre unas cosas y otras, casi un año han tardado en decidirse. Uno, que está a favor de la igualdad de trato, de los méritos, de la limpieza, de la luz y los taquígrafos, aplaude que, siquiera sea después de varios intentos de designación directa fallidos, la Junta recurriera a la convocatoria de un proceso de pública concurrencia competitiva para la selección del candidato a director de la Editora y coordinador del Plan de Fomento de la Lectura y que del mismo haya salido elegido (por la Presidencia de la citada Junta), a la vista de sus méritos y de la memoria con “las mejoras y objetivos a realizar”, el poeta, crítico, bloguero y traductor Eduardo Moga, un escritor vinculado a Extremadura, aunque de origen catalán, que aprecio y al que conozco desde hace años. Cosa distinta es que, a pesar de sus demostradas capacidades y de su flamante currículum, pueda llevar a cabo esa digna labor que, como él quiere, conduzca de nuevo a la Editora al sitio que nunca debió abandonar, como la mejor editorial pública de este país. Y mis dudas, ojalá me equivoque, proceden del previo conocimiento del personal dificultativo, que diría su antecesor Fernando Pérez, con el que va a tener que bregar, de las cortapisas burocráticas, del escaso apego de nuestros gobernantes por la cultura (no digamos ya por los libros) y, en fin, de las condiciones leoninas impuestas por los exiguos presupuestos con los que ha de contar. Tiene, es verdad, más allá de sus valores, de la confianza en sí mismo y de su fuerte carácter, un apoyo fundamental: la profesionalidad y el tesón de María José Hernández, jefa de sección de la Editora. Su alma. Por lo demás, cuando a uno le tocó ocupar ese puesto, por la libre decisión de un consejero, siempre tuve claro que mi tarea era propia de un técnico, no de un político. Y así me fue, ja, ja, ja. Creo que Moga nos conoce y nos aprecia. A los extremeños, digo. Y que sabe la importancia que para algunos de nosotros tuvo, tiene y tendrá esa pequeña isla literaria, histórica y artística que, desde la excelencia, nos definió mejor que casi nada. Fue acaso nuestra mejor marca. Junto a algunas denominaciones de origen.
 
Hemos dicho que sustituyó a Fernando T. Pérez. ¿Qué anécdota o recuerdo guarda de él?
 
Traté mucho a Fernando en los años finales de su vida, en especial desde que me encargaron poner en marcha el Plan de Fomento de la Lectura, en 2002. Le llevaba muchos días en el coche de Cáceres a Mérida.  Odiaba conducir, iba en tren. Compartimos conversación, comidas familiares y algún viaje durante un par de veranos entre Conil, Chiclana y Cádiz. Teníamos muchas reuniones juntos, organizábamos los Premios Extremadura a la Creación, íbamos a actos protocolarios, etc. Aproveché bien todo ese tiempo para aprender de él. Había conocido a su padre, Fernando Pérez Marqués, en el 82. También su hermana Isabel era una vieja amiga. Luego fui conociendo al resto de sus hermanos, en especial a Celes. Creo que nuestro primer encuentro, o uno de los primeros, fue en el Congreso de Escritores Extremeños de Plasencia. Él era secretario de la AEEX con Ángel Campos y uno, vicepresidente. Cuando entró en la Editora, dejó esa carga. Siendo director de la misma, nuestra relación se afianzó. Ten en cuenta que fui lector de poesía en esa casa desde su creación hasta 2008. Y cuando me invitó a publicar en la colección de Poesía y en la de Ensayo Literario acepté encantado. Fue un honor tenerlo como editor. Y tenerlo como amigo. Era un hombre machadiano. De profundas convicciones. Éticas más que políticas. Íntegro. Un ejemplo. Y esta tierra no está sobrada de ellos. Con su figura (no olvidemos que llegó a ser uno de los mejores editores de España y, en lo público, sin parangón, algo reconocido por el mismísimo Herralde) se ha sido injusto. Ni siquiera le dieron la Medalla de Extremadura a título póstumo. Ya que en vida... Como a Pámpano. A veces da grima ser extremeño. Por no decir asco.
 
Pienso en Carlos Barral, Jesús Munárriz o, ahora, en Javier Sánchez Menéndez. En la figura del poeta-editor. Por encima de todo, usted, que ha publicado dos novelas, ha colaborado con críticas literarias en distintos periódicos, ha publicado libros de artículos, ha editado...; por encima de todo, decía, Álvaro Valverde se considerará poeta, ¿no?
 
Siempre he dicho que el título de poeta te lo otorgan los demás. Nada peor que ir de poeta por la vida, como más de uno que conozco. Te lo dan los críticos, los especialistas y profesores, los propios compañeros. Los lectores, en suma. Quien se empeña en serlo suele acabar de la peor manera. No se puede forzar la poesía ni, en consecuencia, lo de ser poeta. Una vez dicho esto, sí, la poesía es mi manera de decir preferida. Tiene que ver, algo que también he dicho varias veces, con el carácter de uno. Ya lo dijo César Simón: “La poesía es, antes que nada, una cuestión de carácter”. Por su economía de medios, por su precisión, por su sobriedad. Por su pobreza, incluso. Es el género, suponiendo que lo sea (Gamoneda dice que no), donde me siento más a gusto y donde expreso mis sentimientos y mis pensamientos, o eso creo, mejor.
 
Un poeta antologado, incluido en infinidad de estudios de conjunto y considerado, pongamos por caso el criterio de José Luis García Martín, García Posada o Prieto de Paula, como una de las voces más sobresalientes de la Generación de los 80 (en su vertiente meditativa), ¿qué piensa de la posteridad, sospecha que dentro de un siglo pudiera ser estudiado en el bachillerato o la enseñanza secundaria?
 
A uno le gustaría, claro está, que se leyeran sus cosas. Antes, ahora y siempre. Además de por la propia necesidad personal, para conocer y conocerse, uno escribe para eso. Eso sí, de ahí a pensar en lo que pueda pasar dentro de un siglo…  A modo de consuelo, querría estar de acuerdo con Harold Bloom, cuando dice: “El aplauso contemporáneo es a veces una muy mala señal del futuro carácter canónico de un poeta”. En ese momento de debilidad que a todo escritor, a todo artista, le llega (son demasiadas las soledades y las dudas), viene bien pensar en el futuro. Sólo entonces. Por lo menos a mí. Lo normal, a pesar de eso, es conformarse con que los libros de uno se lean y se valoren en positivo aquí y ahora. Lo que pase cuando estemos muertos… Haber sido honesto. 
 
Por cierto, ¿qué es la poesía meditativa? ¿Y la poesía meditativa de Álvaro Valverde?
 
Poesía meditativa o de la meditación. El término fue acuñado aquí por Unamuno. Lo explicó muy bien Valente en uno de los ensayos de Las palabras de la tribu. Tiene mucho que ver con la poesía inglesa. Y con esa mezcla de pensamiento y sentimiento a la que el rector de la Universidad de Salamanca se refirió. Quizá pese más lo primero que lo segundo, al menos en mi caso. Es verdad que sin emoción no hay poesía. Se trataba en todo caso de evitar esa poesía cantarina (de puro sonsonete) y cascabelera que nos caracterizaba. La voz meditativa es más sobria, de música callada. El tono, confidencial. De lo dicho en voz baja, en una conversación entre amigos. Nada altisonante. Lo mejor, con todo, es ir a ese ensayo que cito. 
 
Antes de que me situaran en una determinada corriente (al principio dijeron que la mía era “poesía del silencio”, un sambenito que todavía me persigue en los manuales), uno prefirió tomar la iniciativa y ubicarse ahí. En una corriente abierta y plural que bebe de numerosas fuentes. Una tradición de tradiciones.
 
Octavio Paz dijo, sobre Una oculta razón, que era una voz, la suya, conseguida gracias a unas lecturas más cercanas a lo anglosajón que a lo propiamente hispánico. ¿Cómo es eso?
 
Tiene mucho que ver con lo anterior. Quien explicó mejor este asunto fue el crítico Miguel García Posada, en una antología que preparó para la editorial Crítica. A partir de una afirmación de Paz sobre ese libro. El mexicano, exactamente, dijo: “Poéticamente atesora una austeridad y una sobriedad que entronca más con la poesía inglesa que con la latina”. Para Posada, la de uno entroncaba más con la línea de T. S. Eliot que con la de Dylan Thomas. O, lo que es lo mismo, si lo traemos a nuestra tradición, con Cernuda que con Claudio Rodríguez.
 
En la hispánica, como dices, sí hay rastros de esa poesía que estos últimos años se ha denominado “metafísica”. La del último Marzal. La de los valencianos también, Gallego y Cabrera. O la de Vicente Valero y la de Jordi Doce. Viene, entre otros, de Manrique, los místicos, cierto Quevedo, y llega, en el siglo XX, hasta el antedicho Cernuda, que es el modelo por excelencia de esa tradición en España y uno de mis poetas favoritos, también mencionado en su estudio por Valente y por García Posada en esa nota a que me vengo refiriendo. También veo en esa línea la poesía de Brines, fundamental para mi educación poética. O el citado Rodríguez. Los dos fueron, por cierto, lectores en universidades inglesas.
 
Se sorprendía Álex Chico, en un texto inédito que iba a ser publicado en Ínsula, a cuento de la aparición de Un centro fugitivo, de que un poeta de una producción tan amplia como la suya no hubiese aún sido antologado. A menudo los poetas reniegan de sus primeras composiciones, las aborrecen. Usted ha reconocido una mala relación con Territorio. Hay, a su vez, grandes diferencias entre los poemas de Las aguas detenidas o Más allá, Tánger –libro que, aunque no fuese abarcado por la antología, ilustra bien el ejemplo–: de verso más largo y sintaxis más compleja los poemas del primero. ¿La realización de una antología, con tantos descartes como conlleva, se hizo difícil para alguien como usted, tan apegado a la realidad literaria diaria y a nuevas propuestas? ¿Contó con alguna otra voz asesora o solo la de Jordi Doce?
 
Por suerte, la selección de poemas de esa antología, así como el prólogo, es obra de Jordi Doce en exclusiva. Nunca se lo agradeceré bastante. Esa tarea no era fácil. Como bien dice, había que cribar a partir de varios libros. Obras diferentes, siquiera sea por aquello de que están escritas en distintas épocas de mi vida. Casi una decena en mi caso. Y de todos hay al menos una muestra. El mérito, en todo caso, es suyo. Cometimos, eso sí, un desliz, y la culpa es compartida: nos olvidamos de El reino oscuro, mi libro de poesía en la Editora. (Y con un par de erratas monumentales, añado.) Digo compartida porque, una vez hecho el recuento, Jordi me enseñó el índice y debí darme cuenta de ello. Por lo demás, al ser un largo poema en fragmentos, tampoco se perdió tanto. En cuanto a la rareza de que un poeta con mi ya larga trayectoria no tuviera aún antología, no me parece tan extraño. ¿Qué poeta de mi edad y mis aproximadas circunstancias no ha publicado a estas alturas su poesía completa? Debo ser el único.  Además, para unos cuantos (hablar de muchos en poesía es exagerar), uno no ha dejado de ser un poeta periférico, de la negra provincia. 
 
Dentro de su producción poética se observa la obtención de uno de los más codiciados premios de habla hispana del panorama: el de la Fundación Loewe” ¿Cómo se enteró de que lo había conseguido? ¿Y a quién se lo comunicó primeramente?
 
Me enteré antes por los medios de comunicación, en concreto por una llamada de Radio Nacional de España, que por el jurado. Ya me pasó con el primero que gané, el “Ciudad de Badajoz”, en ese caso por un periodista del diario Hoy: José Luis García Martín, qué casualidad.
 
Estaba en casa, era junio, y en el momento de la llamada levantaba a mi hija de su siesta. Fue mi mujer la primera en compartir la noticia. Y mi hija, claro, aunque no se enterara de mucho. El jurado llamó varias horas después. Para entonces ya había hablado con más de un periódico y de una emisora.
 
Tenía entonces treinta y un años. Por poemas (en Territorio leemos que alguien se anuda la corbata y guarda el paquete de tabaco) sabemos que fumaba y por un artículo de El Cultural que tenía un mini amarillo… ¿Cómo era su vida de entonces? ¿Cómo se gestó Una oculta razón? ¿A qué edad lo escribió?
 
En rigor, no tenía aún treinta y un años. Tampoco he fumado nunca. Ni usado apenas corbata. En ese poema, el primero que suelo leer en cualquier lectura pública, hablaba de Eliot, no de mí.
 
Ya era maestro nacional, así se decía entonces, y estaba destinado en Jerte, el pueblo del famoso valle del mismo nombre. Tenía, ya dije, una hija de cinco años. Vivía en un piso alquilado en el Barrio de San Juan y el mini amarillo hacía tiempo que pertenecía a otro propietario. Ese año nos habíamos comprado un Golf Sprinter.
 
En cuanto a la gestación del libro, en la nota final se lee: “Los poemas que componen este libro fueron escritos entre marzo de 1988 y enero de 1991, excepto la segunda parte que data, en su primera versión, de 1985”. En 1985 uno tenía 26 años. Pongamos que está escrito al final de mis felices años veinte, al principio del fin de mi juventud.
 
En un poema de Una oculta razón el encargado de las necrológicas de The New York Times concierta una entrevista con un presunto Álvaro Valverde. Algo que él ya sospechaba, “por amigos” y “por la fama que le habían dado los libros”, que podía pasarle… Se me ocurre unir esta apreciación a la anterior del poeta imperecedero que figurará en libros de bachiller y secundaria…
 
No he sido muy amigo de la ficción en poesía, ni de crear personajes, aunque he utilizado en varias ocasiones el recurso del monólogo dramático. Te permite mantener la debida distancia con respecto a ti mismo. “Diré lo que me huye. Nada diré de mí”, es la cita de Gabriel Ferrater que abre Una oculta razón. Pues bien, en ese caso creé uno que no era yo. O no del todo. Leí en El País la necrológica del necrólogo Alden Whitman y... Se trataba de un escritor de más éxito que uno. Y a buen seguro de más fuste. 
 
Es verdad que la muerte nos visita a todos, con llamada o sin llamada de un periodista “que cumple su trabajo”. Y lo de “imperecedero”... No creo. Puede que la poesía de uno no pase ni por el purgatorio. 
 
Usted fue de uno los primeros autores extremeños (con motivo de una fiesta de aniversario) en visitar la sede de Tusquets Editores, entonces en un chalé de la parte alta de Barcelona. También ha sido el primero en llegar a otras citas literarias.
 
No era frecuente que escritores extremeños, y menos que se hubieran quedado a residir aquí, publicaran sus libros en editoriales como Hiperión, Visor, Seix Barral o Tusquets. Esa ha sido mi suerte. Hace tiempo que no es necesario vivir en Madrid o Barcelona para publicar en esas editoriales prestigiosas y cada vez son más los extremeños que están ahí. Tiene más mérito hacerlo sin ayudas oficiales, como hacen algunos, pero... 
 
En lo que respecta a los premios, pasa un poco lo mismo. Salvo el Loewe, que se le resiste a mis paisanos. La suerte es decisiva en esto (como en todo). Ella decidió, supongo, que uno fuera el primer autor joven que lo ganó (lo que pretendía al crearlo Enrique Loewe). Como en el caso del Loewe, también es casualidad que fuera el primero de mi generación en publicar en la colección Nuevos Textos Sagrados de Tusquets. Pero llegar primero no es garantía de nada. La de la poesía es una carrera de fondo. En ella seguimos, no sabemos aún por cuánto tiempo. 
 
Termino. Álex Chico apuntaba que la definitiva consagración de su poesía llegó con Mecánica Terrestre… Usted, en cambio, decía en otra entrevista que fue en Una oculta razón donde encontró su tono definitivo. ¿Qué libro de su producción (con todo aquello de ser una influencia para las nuevas generaciones, el revuelo de crítica…) considera que encierra con más fidelidad su estilo?
 
Cada libro tiene su afán. Creo que a partir de Una oculta razón mi voz es reconocible como propia, como mía. A más de uno le ha sorprendido Más allá, Tánger que, junto al mencionado premio Loewe, ha sido el de mejor recepción crítica y de lectores (la poesía no tiene público). Porque da un giro a mi trayectoria. El escenario, por ejemplo. Salimos del territorio habitual, Plasencia y sus alrededores. Todos los libros que uno ha publicado son míos. Cada cual a su modo. No en vano vamos cambiando, por más que lo básico permanezca. Esa voz. Un determinado tono. Por el que el lector debería reconocerme.