“La Riso”. Vientos de cambio en el panorama editorial cubano
Por Moisés Mayán
Publicado en nº 2 (Primavera de 2016)

Durante el primer mes del año 2000, precisamente cuando cruzábamos milenio y siglo de un portazo, comen-zaron a arribar a las distintas regiones de la geografía cubana unos extraños duplicadores electrónicos denominados Risograph. Como parte del envío de este inusual dispositivo, se incluía un ordena-dor con sus accesorios correspondientes, varios paquetes de hojas, el calificativo "Sistema de Editoriales Territoriales (SET)", y la urgencia de conformar planes de publicación emergentes.

Muchas provincias recibieron la implementación de la nueva tecnología sin ninguna experiencia, lo que significaba partir de cero; mientras en unos pocos casos, se contaba con un bregar de más de una década de trabajo con las llamadas "impresiones directas", realizadas en las antiquísimas máquinas Chandler del siglo XIX. Comenzó entonces en todo el país un proceso de adaptación, familiarización y estudio de los equipos donados por el Estado, con el inconveniente adicional de que dicho proceso debía ser breve en extremo, pues apremiaba conformar los planes editoriales correspondientes a los años 2000 y 2001, con solo una semana de diferencia.

La inserción de la Riso en la Isla debe enmarcarse en los términos de la política cultural vigente, que como resultaba obvio, no respondía a intereses de mercado; o sea, las editoriales estaban subsidiadas por el Estado y su objetivo no era (permítanme subrayar la frase) vender libros, sino contribuir a la materialización del esfuerzo de aquellos autores que no podían acceder a las casas editoras ubicadas en la capital. El rigor de las labores editoriales fue suplantado por un ajetreo al que no estaban acostumbrados nuestros técnicos y especialistas. Del proceso de selección de originales y conformación de los planes se transitó velozmente a edición, corrección, composición, diseño e impresión. Había que emular con la velocidad de la Riso, aunque la encuadernación continuaba (continúa) siendo tan artesanal como antes.

Para garantizar la permanencia del SET, se hizo manifiesta la ingente necesidad de crear los Consejos Editoriales Municipales, célula básica del novedoso método de impresión, que tributaría al Consejo Editorial Provincial. Los consejos recibirían las propuestas de cada municipio (fundamentalmente en los géneros de poesía, narrativa e historia), afrontando el primer proceso de selección. A cada título aprobado se le adjuntaba un aval con las consideraciones de los especialistas responsables de su valoración, y se enviaba al Consejo Editorial Provincial, al servicio de la casa publicadora del territorio. A este Consejo Provincial le correspondía la última palabra.

Las obras aprobadas pasaban a engrosar el plan de publicaciones del año próximo, y las rechazadas eran devueltas a sus lugares de origen con un dictamen donde se detallaban las incorrecciones que convertían el texto en "No publicable". Una vez en los municipios, el asesor literario asumía en conjunto con el autor, la corrección de las deficiencias señaladas en los manuscritos, que posteriormente podían volver a presentarse. A pesar de la instauración de estos necesarios "filtros", no es de extrañar que en la época inaugural de la Riso se cometieran múltiples errores, sobre todo el de la "representatividad", donde en cada municipio del país debía residir por lo menos un escritor, y si no existía había que crearlo.

La Risograph, una máquina diseñada originalmente para imprimir propaganda publicitaria, planillas y modelos en las empresas capitalistas, se convirtió en la indiscutible animadora del fenómeno editorial cubano. Posibilitó la creación de planes de publicación coherentes, y en no pocos casos, dio a conocer a nuevas voces que han ido conquistando un espacio en el entramado literario de la Isla. Resulta oportuno indicar que la digitalización del proceso dio al traste con la proliferación de los molestos colchones editoriales que dormían el sueño eterno en muchas de nuestras casas publicadoras. Ayudó además a consolidar el proceso editorial, permitiendo la creación de colecciones, y la impresión de revistas culturales. Convirtió un movimiento embrionario, con autores que dependían casi exclusivamente del favor de las editoriales nacionales, en un grupo de escritores publicados, insertados en el corpus escritural de la nación.

El poeta Reinaldo García Blanco nos comenta lo siguiente: Todo parece indicar que el término "escritor de provincias" tiende a desaparecer en nuestro país, a partir del año 2000, con la aparición de las publicaciones de la Risograph, salieron a la república de las letras, más de 530 autores con un primer libro y más de 250 por segunda vez. ¿Apoteosis de la palabra impresa? Apoteosis que casi borra de golpe y porrazo la crisis editorial de la década que acababa de pasar. El monopolio (permítaseme el desliz) que ejercían las editoriales nacionales y su círculo de beneficiados, así como la preponderancia de los premios literarios como "vía legítima" para la publicación, cedió ante el empuje de las editoriales territoriales y de los certámenes que comenzaron a convocarse fuera de la capital.

La consabida frase de "siempre publican los mismos" fue suprimida de la boca de quienes miraban los toros desde la barrera (entiéndase provincia). Más de 500 autores de aquellos "excluidos" vieron su obra publicada, y si no exhibían desde las cubiertas de sus títulos la identidad visual corporativa de Letras Cubanas, Unión u Oriente, si podían lucir con orgullo, los sellos de Ediciones Holguín, Capiro, o Ediciones Matanzas. La cuestión era publicar, se trataba del to be or not to be shakesperiano. Si publicabas, si traías tu libro bajo el brazo, entonces y solo entonces, eras un verdadero escritor, de lo contrario te indefinías en la multitud de talleristas que seguían aguardando por un espacio.

En el 2015, la Riso festejó sus primeros tres lustros de inclusión definitiva en la dinámica literaria cubana, y precisamente las mesas de diálogo y charlas convocadas a lo largo de todo el país introdujeron controversias esenciales que de seguro ayudarán a corregir el rumbo del sistema de impresión en los años siguientes. Considero que las editoriales cubanas que se benefician de estas máquinas replicadoras deben esforzarse por consolidar sus equipos de trabajo, específicamente en el campo de la edición y el diseño, pues a pesar de que 15 años no representan más que una adolescencia temprana, ya va siendo hora de que las publicaciones Riso dejen de ser las cenicientas de las ferias del libro. Para lograr este y otros objetivos que influyan positivamente en el libro como objeto artístico, se han organizado por el Instituto Cubano del Libro los Talleres de Edición y Diseño del SET, que sesionan con frecuencia anual.

Si en un comienzo los ejemplares producidos por la Riso, no podían aspirar a vistosas cubiertas, ya en la mayoría de las provincias se ha establecido un convenio poligráfico que permite que varios de los títulos que integran el plan exhiban cubiertas en cuatricromía, produciendo una suerte de híbrido. De cualquier modo, la calidad del libro, está llamada a imponerse dentro de esas otras bondades accesorias, de ahí que desde el 2014 algunos sellos comenzaran a suplantar los antiguamente imprescindibles consejos editoriales, por una modalidad que ya habían ensayado con buenos resultados las editoriales de la capital, nos referimos a la contratación de lectores especializados. Estos lectores reciben los materiales que se entregan de manera directa a la editorial, o que han sido recomendados por los consejos municipales, e incluso premiados en algún certamen convocado en la región, y trabajan —digamos de manera anónima—, pues no están identificados con un nombramiento oficial, ni firman los dictámenes que realizan, por lo tanto, sus juicios suelen ser imparciales, y favorecen la calidad de los textos elegidos.

Lo que más se les ha criticado a las publicaciones Riso no es esencialmente el arte final de sus volúmenes sino la relevancia del pensamiento impreso, de la información que ofrecen al público, y esos cuestionamientos soslayan la evidencia de que es sobre los hombros del SET donde recae anualmente el grueso de los autores inéditos del país, autores que luego ganan importantes premios y publican al amparo de las editoriales nacionales. Lanzar al panorama literario cubano a un autor inédito es un riesgo, y ese riesgo lo asume casi en su totalidad el SET. Lo lógico es que las ediciones Riso funcionen como trampolín hacia las editoriales nacionales, catapultando a autores y obras. Eso es lo lógico, la natural escalera de ascenso para los escritores cubanos, o sea, de Riso a editorial nacional.

Pero el progreso alcanzado por el SET ha invertido en no pocos casos este patrón de desarrollo, por eso no es de extrañar que Miguel Barnet solicite ser incluido en el catálogo de Ediciones Holguín, o que Daniel Chavarría coloque su obra El aguacate y la virtud al cuidado de Ediciones Matanzas; que acepten publicar en Riso autores como Roberto Fernández Retamar, Antón Arrufat, Reynaldo González, Fina García-Marruz, César López, y otros que disfrutan de una prolífica trayectoria en las editoriales nacionales.

Estamos en momentos de cambios, donde la política editorial asume los retos de una realidad económica adversa, y son numerosas las lentes que se detienen sobre el libro, específicamente en aspectos como la promoción y la comercialización, y es una feliz realidad afirmar que muchos de los mejores títulos que han visto la luz en Cuba proceden de esa máquina estigmatizada que responde al altisonante nombre de Risograph. Bajo la tutela del SET no se han publicado solamente a autores locales, sino a altas voces de la literatura universal, que a veces y dicho sea de paso, habían escapado a la percepción y rastreo de las editoriales nacionales, por solo apuntar dos ejemplos, tenemos el volumen que reunió por primera vez en la Isla parte de la poesía de la escritora argentina Alejandra Pizarnik, y que apareciera por Ediciones Holguín, o la entrega bilingüe de la obra del poeta norteamericano Robert Frost, a cargo de la camagüeyana Editorial Ácana.

Entonces me pregunto, ¿hasta cuándo un puñado de ilusos seguirá menospreciando las publicaciones Riso? Es cierto, no podemos negarlo, que la encuadernación manual está entre lo que más atenta contra el libro como producto artístico, una encuadernación que limita inclusive el total de páginas de determinado texto (unas 150) debido al método de presillado, y una cantidad de ejemplares por volumen que no debe rebasar las 1000 tiradas, devienen en restricciones que acompañan al título desde su mismo nacimiento. Quizás estemos ante la posibilidad de replantearnos la encuadernación de los ejemplares Riso. El muro que aísla al SET de las editoriales nacionales se ciñe prácticamente a cuestiones de encuadernación y tirada, siendo la primera el eslabón más vulnerable en toda la cadena de terminación del libro como objeto de arte. ¿Estaremos en condiciones de enfrentar un procedimiento de encuadernación que derribe de una vez y por todas las barreras que subsisten entre las editoriales cubanas? 

Hemos llegado mediante el análisis de algunas de las disyuntivas que plantea el SET en la actualidad, a otro de los andenes donde debemos detenernos con urgencia. La política económica que ha comenzado a regir los destinos del país, incide directamente en la estructura original del SET. De modo que este sistema de impresiones ingresa en los dominios de lo que debe ser cambiado, pues comienza a tratarse un tema largamente encubierto, la inserción de la obra en el mercado del libro, o sea en la red de librerías, y por qué no en las ferias internacionales. Zuleica Romay, presidenta del ICL, apunta: Hay que lograr que el libro salga a buscar al lector, y así evitar la actitud contemplativa de algunos libreros a la zaga de que les compren (…) El gran reto es producir libros y saber promoverlos para que se puedan vender.

Aunque las editoriales que emplean el sistema Riso siguen beneficiándose con los subsidios del Estado, y con una asignación anual de insumos que posibilita el cumplimiento del plan, se vislumbra el filo luminoso de una nueva República de las Letras emergiendo en el océano nacional. Al parecer el objetivo a posteriori es convertir las editoriales en entidades autofinanciadas, hacer libros que se vendan para garantizar la publicación de esos otros volúmenes que sostienen la plataforma cultural del país, y entonces el futuro de la Riso, estos años de incuestionables logros, comenzarían a desdibujarse en un horizonte de incertidumbre.