Lo que cuentan mis hermanas, de F. J. Najarro Lanchazo
Por Miguel Ángel Lama
Publicado en nº 2 (Primavera 2016)

Francisco José Najarro Lanchazo, Lo que cuentan mis hermanas. Isla de San Borondón [Cáceres], Ediciones Liliputienses (Los cuadernos de Mildendo, 3), 2014, 92 págs.


Mucho y bueno puede escribirse sobre el panorama de la poesía de autores extremeños en los últimos treinta años; y mucho de lo mejor que podría escribirse constataría la realidad de los nuevos nombres surgidos en ese tiempo, unos nuevos nombres que han fundado su tradición —también— en la propia poesía de otros poetas nacidos en Extremadura publicada en los años ochenta del pasado siglo XX. Precisamente, la década en la que nacieron algunos de los poetas que, como Francisco José Najarro Lanchazo (Zafra, 1987), ocupan buen parte de las novedades poéticas de hoy: Silvia Gallego (1980), Álex Chico (1980), Urbano Pérez Sánchez (1981), Fernando Pérez Fernández (1984), Víctor Martín Iglesias, Víctor Peña Dacosta o Francisco Fuentes, todos del mismo año (1985), o Antonio Rivero Machina (1987). Es una satisfacción enumerar estos nombres que ya cuentan con uno o varios libros de poesía publicados; como lo es contar con otra promoción anterior de autores nacidos en los setenta, como Mario Martín Gijón (1979), la cosecha del 78 de José Manuel Díez, Luis María Marina o Julio César Galán, o Carmen Hernández Zurbano (1976) o Daniel Casado (1975), que fue el autor más joven de cuantos se incluyeron en el volumen de poesía de la antología Literatura en Extremadura que publicaron la Editora Regional de Extremadura y Del Oeste Ediciones en 2010. La obligada actualización de recuentos como aquel es el mejor síntoma de la vitalidad de un panorama literario lleno de hallazgos.
 
Lo que cuentan mis hermanas no es un nuevo libro de Francisco José —  «Paco»— Najarro; y es un libro nuevo. Es, principalmente, un ejemplo de una necesidad y de una confirmación. La necesidad de difusión y conocimiento de muchos libros que no superan unos escasos ejemplares o, al menos, una divulgación mínima. Por eso es una reunión de poemas representativos de La vespa amarilla (2009) y El extraño que come en tu vajilla (2012), sus dos primeros y únicos libros por el momento. La confirmación —en términos taurinos— es que se publica en Ediciones Liliputienses, que, desde 2011 viene haciendo una labor de edición de la poesía latinoamericana impagable, e igualmente de la poesía española, muchas veces en el formato de recopilaciones y antologías. Pero esta obra es algo más que eso; o, mejor, pide una explicación más precisa en la descripción de su contenido.
 
El título de Lo que cuentan mis hermanas  —que es también el nombre de un blog personal del autor (www.loquecuentanmishermanas.blogspot.com.es)— dialoga con cada una de sus cuatro partes y confirma la voluntad constructiva de un libro montado sobre una obra previamente publicada con otra apariencia. Najarro reubica los poemas de La vespa amarilla y de El extraño que come en tu vajilla, que quedan barajados en esta nueva obra configurada como una oración de relativo con tres complementos y una última oración negativa como contrapunto de la primera. Lo que cuentan mis hermanas en las fiestas de pijama, en la cola del baño, en las reuniones de tupperwares y lo que no cuentan. Que, con el título principal, son las cuatro partes del libro: «En las fiestas de pijama», «En la cola del baño», «En las reuniones de tupperwares» y «Lo que no cuentan». No hay rastro, en la  estructura, salvo la inclusión del poema que daba título a La vespa amarilla, y salvo una alusión de Unai Velasco en su prólogo («Lo que cuenta Paco»), de ese origen. La intención es clara, pues, en esta nueva formulación de versos anteriores, que resulta un acierto y ratifica los rasgos comunes de los dos primeros libros de Najarro Lanchazo: la coexistencia del aforismo poético con un discurso más extenso, el realismo cotidiano, la presencia irónica del yo, el humor, en conjunto, un cierto desenfado barajado con una profundidad poética que es un excelente signo de lo que vendrá en la aún corta trayectoria de este poeta.
 
La presencia en los primeros versos de un autor de unos veinte años —que deduzco que pudo ser la edad en la que se escribieron algunos de los poemas de La vespa amarilla— de ecos de poetas como Jaime Gil de Biedma puede ser un lugar común. El tiempo y yo en los temas, el coloquialismo en el tono o la ironía del punto de vista son recurrencias naturales en el modo con el que un escritor joven lee a uno de sus mayores. Pero lo que no es tan frecuente es que se fije en aquello que más se ve sin que se note, en el acendrado formalismo del autor de Moralidades, y que es uno de los pilares de su poética. Pondré, pues, el ejemplo más notorio en Lo que cuentan mis hermanas, y que no es otro que el hecho particular de que en el libro de un poeta joven haya muestras de una forma poética como la sextina. Sí, la que usaron Fernando de Herrera y Miguel de Cervantes en La Galatea, nombres que no dudo que Paco Najarro haya leído; pero me inclino a pensar que se trata de la sextina del tipo de «Apología y petición» de Gil de Biedma («Y qué decir de nuestra madre España») la que se refleja en poemas como «Fobia» o como —qué manera tan evidente de llamar la atención— el último del libro y que no lleva título, indexado simplemente con parte de su primer verso: «Sé que cuando abandones». La clave es sencilla: son seis estrofas de seis versos endecasílabos y una más de tres —es decir, treinta y nueve versos— que repiten en posición final las mismas palabras en orden diferente, pero con la regla de que la primera repetida de cada estrofa sea la última de la anterior; y, además, en la última estrofa tienen que aparecer las seis palabras que se repiten a lo largo del poema. La imitación —decía Jaime Gil— es necesaria, y es la única forma de llegar a escribir poesía. Y una cierta disciplina, cabría añadir. Y parece que Paco Najarro ha querido instalarse con solvencia en esa estela que no oculta algunas de sus devociones y que dice mucho de cuáles son sus principios en esto de la literatura. 
 
Cualquier recuento dejará las cosas claras en cuanto se refiere a la variedad formal en que estriba Najarro su oficio y su juego de hacer versos. «Roce» es un poema caligramático; «Definición de suicidio» tiene once caracteres con espacios, y lo reproduzco aquí sin que afecte a los límites de este comentario («¡Ha, ah, h!»); «Fidelidad» es un eco de Miguel Hernández, que aparece evocado como cita concerniente al principio del libro; «Lo que trae el cielo» o «Sábanas» están escritos en endecasílabos; «Estatua doméstica» es un soneto. Es tan patente la intención formal en la estructura global de un libro que recompone poemas de dos entregas anteriores y en la elección de especies precisas a otros niveles, de estrofas a versos, que para mí el cómo ha resultado el gran atractivo de una obra que además gusta por el qué, por cómo trata lo que cuenta. Y lo que cuenta es mucho y bueno; o sea, como lo que puede seguir escribiéndose sobre el panorama actual de la poesía de autores nacidos por estos pagos.