Tímidos del mundo, uníos
Por Javier Rodríguez Marcos
Publicado en nº 2 (Primavera 2016)

“Es tímido, distante, poco afable”. Pensé que las noticias hablaban de mí, pero hablaban de un presunto homicida. Si hubieran dicho que era extravertido, cercano y cordial la descripción funcionaría, sin duda, como un atenuante. Como cuando se dice de un terrorista que parecía una persona normal. Distante, poco afable y tímido no podían ser más que agravantes. Me molestó la descripción. Como si hubiera una relación causa-efecto. Carácter es destino, les faltaba decir. Primero me molestó, más tarde me alarmó. Me tuvo nervioso todo el día. ¿Habrían escuchado las noticias mis vecinos? Bajé por la escalera para no tener que coincidir con nadie en el ascensor. Casi en la calle, a la altura del 1º D, me di de bruces con la señora Patro, 88 años. Me tiene cariño, yo lo sé, pero no olvido que alguna vez me dijo que su nieto también era muy tímido, callado, “como tú”. Traté de recordar si había añadido “distante, poco afable”. Luego escapé al portal.
 
Salí a la calle fijándome en todo, sonriendo a los desconocidos, saludando a gente a la que nunca había visto. Trataba de parecer afable, me temo que resulté sospechoso. ¿Demasiada ropa para un día de agosto? Maldita manga larga. Y todo por el aire acondicionado. Me acordé de un poema de Joseba Sarrionaindía que habla de un hombre que ha estado en la cárcel. Durante el resto de su vida, dice, dentro de él vivirá un condenado: ve fiscales y jueces por todas partes; cree que los policías, aun sin reconocerlo, lo miran más que al resto de los transeúntes. ¿Por qué? Porque su paso no es sosegado o bien porque es demasiado sosegado. 
 
Tímido, distante, etcétera. Parecía la primera línea de la condena: prisión permanente revisable, ese eufemismo para cadena perpetua. “Estás callada por indecisión y te llaman orgullosa”. Camino del quiosco se me pegó esa cancioncilla de Sr. Chinarro. Me puse a simular que hablaba con el teléfono móvil. 
 
-Ji ji ja ja. No me digas. 
 
-Como te lo digo. 
 
Pensé en llamar a mi madre para preguntarle si de niño me había notado algo. En agosto, en mi barrio es más fácil encontrarse un billete de 500 euros que un quiosco abierto. Encontré uno. Quiosco, digo. El quiosquero estaba leyendo Minority Report, ese cuento de Philip K. Dick sobre la prevención del delito por el método de saber antes que tú mismo que vas a cometerlo (Spielberg hizo una película). La timidez es un agravante. Parece que también el alcohol. No hay manera de desinhibirse. Tal vez me estoy pasando. Puede que sea el calor, la manga larga. En fin, son cosas mías, no me hagan mucho caso. El otro día leí en Verne los 49 peores chistes de la historia y al menos 30 de ellos me parecieron magistrales.